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Ocho

diciembre 29th, 2009 by carplaes

Javi no tardó en llamarme para decirme lo que habían averiguado sobre el fiambre: se llamaba Ricardo Rodriguez, se trataba de un yonki ya conocido por la policía. Los análisis de los forenses decían que en el momento de su muerte debía de estar de cocaína hasta las cejas. Además tenía un largo historial delictivo, al parecer siempre estaba metido en algún lío por temas de droga.

–         Van a cerrar el caso- me dice Javi. – A mis jefes no les interesa investigar quién mato a un yonki de poca monta. Dicen que es malgastar el dinero.

–         En eso coincido con tus jefes. Pero, estarás de acuerdo conmigo que detrás de la muerte del yonki hay algo más. Sabes tan bien como yo que ese tipo pretendía matar a Irene a toda costa. Estoy seguro que Ricardo sería un mandado, tu mismo lo has dicho, siempre estaba metido en algún lío.

–         Tienes razón, pero mis jefes no piensan lo mismo, dicen que se trata de un caso aislado, seguramente el tío iría tan ciego de coca que no sabría ni lo que hacía. De todas formas, te ayudaré con la investigación.

Después de nuestra conversación, Javi me dio toda la información relacionada con Ricardo Rodríguez. Por lo visto, este tipo no era ningún santo. En la documentación se hacia referencia al bar Sacacorchos, al parecer se trata de un tugurio que Ricardo solía frecuentar además de ser conocido por albergar a lo mejorcito de cada casa. Este sería un buen lugar donde empezar a investigar.

El bar sacacorchos se encontraba a las afueras de la ciudad. Los informes no mentían, sin duda se trataba de un verdadero antro de mala muerte. Las inmediaciones estaban repletas de prostitutas que ofrecían sus servicios a cualquiera que pasaba por ahí. A medida que me acercaba a la entrada del bar podía ver cómo los yonkis se metían mierda en su cuerpo. Junto a la entrada, sentado en el suelo apoyado en un coche había un tipo medio inconsciente con una jeringuilla colgando de su brazo.

Justo en la entrada del tugurio tropiezo con un tipo que salía con bastante prisa del bar. – gilipollas, a ver si miras por donde andas.- me grita, seguidamente el tipo sigue maldiciendo en voz baja, se pone una cazadora de cuero con un águila en la espalda, sube a una moto y se va derrapando. – Tengo que tener cuidado.- me digo a mí mismo.

Una vez dentro del bar, después de registrar todo el lugar con la mirada me dirijo a la barra, me siento en un taburete y pido una cerveza. Cuando el camarero me la sirve, haciéndome el tonto le pregunto:

– Oye, sabes si anda por aquí Ricardo Rodríguez, es un viejo amigo.

El camarero, me mira con cara de pocos amigos y me dice:- Amigo, Ricardo esta muerto, alguien le dio matarile hace unos días.-

– No puede ser.- le digo.- Hace unos día me llamo. Me dijo que estaba metido en un lío muy importante y que necesitaba mi ayuda. El mismo me cito aquí.

–  Ricardo siempre estaba metido en algún lío, uno al final ya no sabía con quién tenía problemas ese chaval. Aunque si te interesa, últimamente siempre hablaba con Toni.

– ¿Está Toni aquí?- Pregunto.

– Justo se ha ido hace nada, tenía que ocuparse de unos asuntillos, ya sabes. Pero volverá más tarde. Le reconocerás fácilmente cuando llegue, lleva una cazadora de cuero con un águila en la espalda.

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El error de su vida

diciembre 28th, 2009 by amarge

No puedo dejar de pensar en todos los años que he tratado de defender a quien no era mi padre; los momentos de soledad que he pasado tras las puertas de una habitación vacía, colmada de recuerdos de una madre que tampoco me dio a luz. El abrazo de Silvia es tan intenso como las palabras de Javier, sus rostros denotan una combinación de tranquilidad, felicidad y sorpresa, y mi mente está tremendamente aturdida.
En el sofá de aquella casa de dos plantas, preciosa, sin duda, Silvia y Javier intentan explicarme todo lo sucedido:
Silvia era una adolescente responsable y dinámica que soñaba con convertirse en una gran periodista. Al entrar a la Universidad, su vida empezó a encaminarse por donde ella quería; los estudios le iban viento en popa y además, encontró alguien con quien compartir las frías noches de invierno en su piso de estudiantes. Cuando Silvia acabó la carrera, pronto empezó a buscar trabajo. Tras larga búsqueda, pudo emprender su carrera en un modesto periódico. En esos momentos, Silvia y Javier ya apenas se veían, cada uno tenía su vida y ellos sabían que no podían estar juntos. Aquello no había sido más que una aventura de adolescentes.
Sin embargo, el día que Silvia cumplió 25 años, Javier fue a su casa con un ramo de flores. Ella se alegró mucho de esa visita, pues hacía tiempo que no se veían. El vino y las interminables palabras que conformaban sus anécdotas pasadas y presentes, consiguieron que ambos compartieran las ganas que guardaban en su interior.
Dos meses después, Silvia advirtió signos de embarazo. Llamó a Javier, pero él estaba en otra ciudad, debido a su trabajo. Trascurridos tres meses, él fue a casa de Silvia, por segunda vez. Hablaron durante mucho tiempo e intentaron buscar una solución. Los dos vivían solos y muy volcados en su trabajo. Sabían que eran incompatibles, y que lo único que podían compartir más allá de una amistad era la cama. Al final, decidieron dar a aquella niña en adopción, y al poco de nacer, la llevaron al Orfanato Santa María.
Me llevaron allí. Al tiempo, una familia de la ciudad me adoptó. Cuando yo tenía unos diez años, todo empezó a ir mal en casa. Mi padre gritaba continuamente, y en ocasiones recurría a la violencia contra mi madre. Yo me encerraba en la habitación y me tapaba los oídos bajo la sábana. Aquellos insultos, aquellos golpes, se grabaron a fuego en mi mente. Y en mi corazón.
Un día, cansada de escuchar todo aquello, me escapé de casa, y corriendo me perdí. Pregunté a una mujer sobre el paradero de mi calle, y ella me llevó hasta casa. Al abrir, el débil cuerpo amoratado de mi madre me abrazó en silencio. Sin saber porqué, también la abrazó a ella. Esa mujer era Silvia, y desde entonces fueron inseparables.
Jamás Silvia esperaría que yo era la hija que dejó en aquel orfanato, el error más grande de su vida, pues se arrepintió siempre de haberlo hecho.

Todo esto ha sido una gran sorpresa, pero estoy más tranquila, ya que por fin sé lo que pasó y además, Silvia para mí siempre ha sido como una madre. Sin embargo, ni tan siquiera a ella le puedo contar mi terrible secreto…
Suena mi móvil, me avisan de que mi padre ha tenido un accidente y está en el hospital. Salgo corriendo. ¿Qué habrá pasado? ¿Otra vez el alcohol habrá sido su copiloto? Prefiero no pensar.

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Los años que quemamos juntos

diciembre 27th, 2009 by ilochi

Entre viejos recuerdos como Sultan of swing de Dire Straits, disfruto de mi espumoso baño e imagino cómo hubiera sido mi vida si no le hubiera conocido. Una vida segura, una vida corriente. Y después de tantos años de incansable lucha, me encuentro con esto. Un muerto a mis espaldas; mentiras, sospechas, acusaciones, dudas… remordimientos.

Toni era un buen chico cuando yo le conocí, tal vez un poco chulo, eso sí,  pero me trataba bien, me quería. Nos queríamos. Éramos dos jóvenes alocados, sin demasiadas responsabilidades, con toda una vida por delante. “Todavía nos quedan muchos años por quemar”, solía decir. Nos encantaba ir los domingos al cine y sentarnos en la última fila para hacer manitas; recorríamos las calles con su Harley; fumábamos canutos y después nos hartábamos de comer torres de helado con chocolate caliente… Una tarde, Toni talló en el tronco de nuestra sequoia, un corazón con nuestros nombres y junto a ellos unos versos:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”.

Le encantaba Neruda. Ese día me prometió amor eterno, y yo le creí.

Sin embargo las cosas no fueron tan bien como imaginábamos. Toni no encontraba trabajo y en su casa las cosas no iban bien, necesitaba dinero. Una noche, mientras paseábamos, un coche negro nos cerró el paso. De él salieron tres hombres de aspecto sospechoso. Se acercaron amenazantes y tras unas cuantas acusaciones e insultos, aquellos desconocidos le asestaron varios golpes que lo dejaron inconsciente. Impotente y aturdida en mitad de la noche, pedí auxilio desconsoladamente. Varios días después descubrí que Toni andaba metido en asuntos de tráfico de drogas.

Desde entonces, nuestra relación fue empeorando. Las mentiras me consumían y sus inexplicables idas y venidas nos estaban distanciando a paso agigantado. Mientras, yo empecé mis estudios en la universidad. Allí encontré todo lo que me faltaba: estabilidad, serenidad, responsabilidad… los libros me acogieron como viejos amigos, y no sólo ellos. Guillem, mi profesor,  se convirtió en mi más íntimo amigo y consejero.

Una noche invité a Guillem a venir a mi casa. Por aquel entonces ya me había independizado y Toni y yo ya no estábamos juntos, aunque él se resistía a aceptarlo. Preparé una cena deliciosa, a la luz de las velas. Quería agradecerle todo lo que había hecho por mí.

Tras el pato polé con puré de boniato y crujiente de piña, el biscuit glasé de almendras tostadas, y las más de dos botellas de vino tinto español y champán francés; Guillem y yo acabamos tumbados en el sofá del salón, besándonos. Besándonos bruscamente, salvajes, como si soltar al otro fuera perderle para siempre. Una prenda, otra… la cosa siguió hasta que absortos en nuestra lucha pasional, Toni, haciendo uso indecente de su juego de llaves, interrumpió nuestro momento colocado hasta las cejas de toda esa mierda con la que trafica. Insultos, gritos, golpes… Toni nos martirizó a los dos hasta saciar su incontrolable rabia.

Tras aquel incidente, Toni volvió para pedirme perdón. Y le perdoné. Me alejé de Guillem, lo hice por nosotros -más por él que por mí-. Toni y yo volvimos a vivir juntos. Yo seguí con mis estudios, ahora a distancia. Me licencié. Él no vino a mi graduación, detestaba que hiciera cosas fuera de casa. –No sirves para nada- solía repetirme. Nunca lo reconoció pero seguía metido en las drogas. Llegaba a casa colocado. Yo no encontraba trabajo de lo mío. Me sentía inútil.

Al cabo de los años reuní valor y me separé definitivamente. Me acosaba, pero nunca cruzaba esa línea que hace falta para que la justicia lo apresara. Intenté rehacer mi vida. Hice el doctorado -de nuevo los estudios me acogían en esos momentos de flaqueza-. Cambié de ciudad y conseguí entrar en la universidad para cubrir una baja maternal. Al tiempo me hicieron fija. Pero nunca dejé de saber de él.

Hace unos meses me ocurrió algo totalmente inesperado. Andaba de camino a casa, cuando al pasar frente a una librería pensé en entrar. Una vez allí la persona que menos esperaba vino a mi encuentro: Guillem. Pasamos la tarde juntos y también la noche.

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Siete

diciembre 24th, 2009 by carplaes

Parece ser que no soy el único al que la foto le trae recuerdos. A Javier también parece afectarle ver la foto de la niña en el parque. Resulta curioso ver como una foto tomada por casualidad cierto día, interconecte a personas sin ningún tipo de vínculo y que otra foto, la de la agresión en la cafetería nos vuelva a conectar, en esta ocasión, para investigar un asesinato.

Los forenses se acaban de ir junto con el cuerpo y una caja llena de posibles pruebas para analizar en sus laboratorios. Aquí en la universidad poco puedo hacer. Me despido de Javier.- Estaremos en contacto.- le digo. Se despide de mi sin hacerme demasiado caso, sigue absorto en la imagen de la niña en el parque junta a una mujer, creo que se llama Silvia.

Una vez en casa me encierro en el laboratorio. Mientras revelo el carrete de las fotos del crimen de la universidad, en la oscuridad y tranquilidad que me ofrece el laboratorio. Mi cabeza no para de dar vueltas a las pistas y las posibles hipótesis para saber cual es el siguiente paso que debo dar en la investigación.

Por una lado tenemos a un tipo muerto con un abrecartas clavado en su estomago. El fiambre se encontraba muerto justo en el despacho de la mujer a la que intento agredir justo el día de antes. Irene L. Chiralt, sin duda tiene algo que ver en esto. Pero lo que me inquieta es la carta con el poema de Neruda y la torpeza con el que el fiambre intento agredir a Irene en la cafetería. ¿Quién intenta cometer un asesinato a plena luz del día en una cafetería repleta de gente? Por otro lado, ¿Por qué quería ver muerta a esa profesora de universidad? ¿Tal era la necesidad de matarla que nada más escapar de la policía tenía que volver para intentar asesinarla?

El siguiente paso es investigar al fiambre, ¿quién era? ¿Cuál era su relación con Irene? ¿Por qué la quería ver muerta? Seguro que Javi estará de acuerdo en ayudarme.

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Puñales afilados

diciembre 19th, 2009 by amarge

Aquella noche, cuando llegé a casa no pude más. Mi padre advirtió las silencionsas lágrimas, servidas continuamente sobre el plato de la cena, que lloraban mis ojos, y no dudó en preguntar acerca de mi estado. No pude contener los numerosos interrogantes que me atormentaban ni un minuto más dentro de mi mente, así que, casi por impulso involuntario, mis labios los convirtieron en palabras tajantes.

-He encontrado esto en tu caja fuerte –digo mientras saco la ficha del Orfanato Santa María del bolsillo-

-Pero…pero…¿quién te ha dado permiso para urgar entre mis cosas? –y se levanta violentamente-

-Ha sido sin querer, pero explícame qué es esto por favor papá -digo atemorizada-

-¡Eres una cotilla! Como vuelvas a acercarte a mi despacho…-y levanta la mano con actitud amenazante-

En ese momento, salgo corriendo de mi casa mientras escucho sus dolorosos gritos de fondo. Necesito escapar de esta locura, huir lejos, él no conseguirá tratarme como a mi madre, no,no lo permitiré jamás; ya bastante me arrebataron esos gritos que se clavan como afilados puñales en el alma. Llego al parque San Sebastián: recuerdos de infancia, esa época en la que era feliz, el único momento de mi vida en que lo he sido. Me viene la foto de aquella niña a la memoria, la que encontré aquí mismo entre las hojas, esa que siempre he sabido que soy yo.
Esta noche no puedo volver a casa, tengo mucho miedo. Así que decido andar hasta casa de Silvia, ella me ayudará. Al llegar allí, llamo a la puerta varias veces, ella me abre y se asusta:

-¿Qué pasa Ana? ¿Qué haces aquí a estas horas?

-Tengo que hablar contigo, Silvia –digo despacio- Se ha puesto muy violento esta noche, tengo mucho miedo

-No puede ser, no puede ser cariño-me abraza- ¿qué ha pasado?

-Hace unos días encontré esto en su caja fuerte -le enseño la ficha- y hoy le he preguntado por ello. Pero se ha puesto a gritar, diciendo que cómo me atrevo a mirar sus cosas.

-¡Dios! no podemos dejar que esto se repita, Ana. Ya bastante sufrió tu madre con él, tú lo sabes, ahora no la puede tomar contigo –dice Silvia-

-Yo pensé que después de lo de mamá cambiaría, y todo este tiempo conmigo ha estado bien, callado, sumido en sus cosas, pero no violento –digo más tranquila-

-Sí, pero… -en ese momento mira la ficha del orfanato- ¡no puede ser! –rompe a llorar-

-¿Qué ocurre Silvia? –pregunto nerviosa-

-Debo hacer una llamada –y se va a otra habitación-

Sin embargo, no puedo evitar acercarme a escuchar su conversación telefónica:

-¡Javier, es ella, nuestra hija está en casa! –dice Silvia con la mano en el pecho, como intentando calmar los acelerados latidos de su corazón –¡Ven ya, rápido!-

Sus palabras resuenan en mí como hielos mezclados en vasos cristalinos. ¿Silvia y Javier son mis padres? No, no es posible.

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Nunca quisimos haberlo hecho

diciembre 16th, 2009 by alexand2

Angustiado, intento evadirme.
-La tomé yo- me dice Marc, el excéntrico fotógrafo, -hace quince años, en el parque de San Sebastián-. Y enmudece. Enmudezco yo a la vez. Él parece evadirse a una dimensión contigua, lejana. Yo no sé dónde desaparecer.
Aparece Silvia. ¡Silvia!
Me mira, me lo nota en los ojos: -¿Qué ocurre?-
-Ya sé quién tomó la foto-
-¿Quién?-
Le señalo a Marc, -él-.
Me mira suplicante, -¿dónde? ¿dónde la tomó?-
-En esta misma ciudad, en el parque de San Sebastión, hace quince años-
-Justo, ella entonces tenía cinco-
-Nuestra hija tenía apenas cinco años de edad, sí-
Y no puede contener las lagrimas.
A lo lejos oigo al loco del Sr. Landow exclamando con disparatada locura: -¡Stallman! ¡ese hombre de cabellera larga! ¡Detrás del software libre, los va a hundir a todos!-
Dejo de escucharle, ciertamente está rematadamente loco. Miro fijamente a los ojos a Silvia.
-Ha estado en esta ciudad todo el tiempo y no tú ni yo lo sabíamos-.
Entonces ella me abraza desconsolada, -me arrepiento tanto de haber hecho lo que hicimos-.
-No tuvimos más remedio, Silvia, tuvimos que darla en adopción-.

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Seis

diciembre 16th, 2009 by carplaes

No lo podía creer. Cuando Javier, el detective, me enseño la foto que días antes había perdido mi amigo Alberto, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Al ver la imagen, algo se revolvió en mi cabeza, mis neuronas empezaron a chocar entre sí como si miles de enlaces empezaran a cruzarse buscando un documento concreto, uno olvidado. De pronto mi mente abandonó mi cuerpo dejando atrás la escena del crimen y transportándome quince años atrás, justo al día en que tomé esa foto.

Era 15 de junio de 1994. Llevaba aproximadamente dos semanas sin pasar por casa. El periódico para el que trabajaba me había puesto a investigar los asuntos turbios de un político corrupto. La investigación era delicada, no podíamos cagarla ni pasar por alto el más mínimo detalle. Toda mi concentración durante las últimas semanas estaba en el maldito reportaje. Finalmente, esa mañana de junio habíamos conseguido cerrar por completo el reportaje. Los tres últimos días habían sido agotadores, muchos litros de café, muchos paquetes de tabaco y muchas horas de sueño acumuladas, pero ya  todo estaba bien atado y Jaime, mi editor, no puso ninguna pega para publicarlo. El resto del día me lo tomé libre, el plan era  ir a casa, abrazar a Karen, estar con ella y descansar.

Cuando llegué a casa, ahí estaba Karen, en su estudio, pintando un cuadro. Ella solía pintar cuadros por encargo, la verdad es que era muy buena. Karen había estado hurgando entre las fotos de archivo personal y había cogido una foto en la que salíamos nosotros para pintar un cuadro. El cuadro aún estaba a medías, ella quería terminarlo, pero la hice desistir para que fuéramos a dar una vuelta por la ciudad, como cuando nos conocimos, ella, yo y mi cámara.

Fuimos a pasear por un parque cercano a casa, nos gustaba mucho ese parque, ahí fue donde nos conocimos y donde nos dimos nuestro primer beso. Mientras paseábamos, vi a una niña jugando, no sé lo que fue, pero instintivamente saqué la cámara y tomé una imagen de la niña. Esa fue la única foto que tome ese día. Después de eso, comimos en un restaurante italiano que nos gustaba. Cuando éramos más jóvenes solíamos ir más a menudo, pero últimamente, con el trabajo casi nunca salimos juntos. Finalmente regresamos a casa, tuvimos sexo y dormimos.

Conseguir publicar un importante reportaje, regresar temprano a casa, que allí te espere la persona a la que amas, pasar el día y terminarlo con ella… Eso habría sido un día perfecto.

Cuando desperté, Karen no estaba, sobre su mesita de noche había una carta. En ella me decía que me abandonaba. Decía que me quería pero que no podía soportar más que prestara tanta atención al trabajo y que ella sólo existiera cuando terminaba los reportajes de investigación. También decía que esta decisión la había tomado hacía mucho tiempo, sólo quería esperar para darme un último día feliz, una despedida.

Desde ese día dejé de trabajar para el periodismo. Solo, con mi cámara, la foto de una niña desconocida y un cuadro a medio pintar, reflejo de lo que fue nuestra relación.

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Sospechosa

diciembre 13th, 2009 by ilochi

Son las 10:35 de la mañana, la tensión se respira a cada paso que doy. En el despacho del decano estamos todos los profesores de mi despacho: el Sr. Fausto, el Sr. Rosendo, el Sr. Francisco, la Sra. Dolores y yo; cuando dos policías vestidos de paisanos llegan.

-Señores, ahora si me permiten vamos a tratar de ir pasando a la habitación contigua para que podamos hacerles a cada uno de ustedes unas preguntas.

¿Preguntas? Sé que es lo normal en estos casos –aunque creo que guardaba la ingenua esperanza de no escuchar decir esa palabra-, igual que sé que es mi testimonio el que de entre todos más interesa. De hecho, ya hace rato que me he percatado de que soy el centro de atención. Miradas, gestos… incluso he escuchado mi nombre entre susurros en más de una conversación a mi alrededor. ¡Malditos chismosos! Todavía nadie –más que el Sr. Landow- ha tenido el detalle de preguntar qué tal me encuentro. Nadie de la Universidad, porque Javier –así es cómo se llama- sí lo ha hecho. Será por eso que me ha arrancado una sonrisa…

Sentada frente a una mesa ahora vacía, uno de los policías, el de rostro más rudo y oscuro, se inclina hacia mí apoyándose con los brazos en la mesa para decirme:

-¿Dónde se encontraba usted entre las 8 y las 9:30 de esta mañana?

-En casa. He dormido más de la cuenta. Los tranquilizantes me dejaron K.O. Ya he dicho que ayer sufrí un intento de agresión y me suministraron una alta dosis.

-Retomado esa cuestión… ¿no le parece mucha casualidad que ayer este hombre quisiera matarla y hoy sea él el fiambre? –Ironiza.

-Pues no sé… quizá sí… pero, ¿no ve que la única víctima de todo esto soy yo? –replico indignada.

Y resoplando cual asno viejo me responde:

-Sin embargo no es usted la que anda cubierta por una lona negra, señorita Irene.

Definitivamente éste parece hacer el rol de poli malo.

-Pero… pero…

Grabada a fuego llevo en la mente la imagen del cadáver sangriento. Pero no puedo flaquear, no, no puedo darles esa ventaja:

-¡¿Cómo se atreve?! -replico.

-Mejor será que colabore, profesora, sólo queremos que nos ayude a resolver lo sucedido –por fin llega: el policía más joven y apuesto interviene para echarme un cable.

-¡Pues dejen de tratarme como si fuera una delincuente! –utilizo un tono en simbiosis entre la ofensa y la pena.

-¿Conocía usted a su agresor?

-No, no lo había visto en mi vida.

-¿Está segura de que no se habían visto en ninguna otra ocasión? Piense bien lo que va decir, mire que de su respuesta dependen muchas cosas… -insiste.

-Estoy completamente segura. Sólo he visto a este hombre una vez en mi vida y fue ayer.

Temple y firmeza, es todo lo que me hace falta para salir airosa de aquí.

-Por lo que no sabe por qué intento agredirla, ¿no es así?

Con la cabeza gacha, asiento con un gesto.

-Y aunque de momento no se han encontrado huellas… Sabrá que el crimen se ha cometido con un abrecartas y que la teoría de la policía es que fue en defensa propia.

-Sí, lo sé- respondo ahora sí con la cabeza erguida.

-Pues sepa también que entre ese y muchos otros atenuantes como el arrepentimiento, la pena puede quedar en nada.

-Pero… ¿qué pretenden insinuar, agentes? –más alterada.

-Señorita Irene –con el tono de voz todavía más grave dice el poli duro- que por el momento es usted nuestra principal sospechosa.

-¡¿Cómo?!

Y tras varias incómodas preguntas más, me despiden: “estaremos en contacto y si recuerda algo más, ya sabe dónde encontrarnos”.

Mañana se reanudan las clases y al salir del despacho, no paro de pensar en lo que va a suceder a partir de ahora. Si todo el mundo habla a mis espaldas, si la policía me sigue la pista… y aún peor, si los que intentaron matarme no lo han conseguido… ¿Qué va a pasar ahora? A mis alumnos he de plantearles una nueva práctica laboriosa, que va a requerir mucho tiempo y que sin duda va a tener muchísimo peso en la asignatura. Van a tener que elaborar una hipotética empresa dedicada a la producción de proyectos multimedia en la RED, integrando los servicios necesarios y aportando soluciones que configuren, en la RED, los mejores entornos para las formas de vivir y trabajar, que se dan y se darán, en el seno de la sociedad de la interactividad y del conocimiento. ¿Cómo terminará mi nuevo proyecto personal?

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¿Hiperficción?

diciembre 12th, 2009 by amarge

El frío y la tensión congelan mis manos a cada paso, mis ojos prestan atención a los árboles de esta calle y mis labios no dejan de repetirme lo tonta que soy, lo tonta que fui. La puerta de la facultad está terriblemente franqueada por un incontable número de personas nerviosas, de esas que hablan por hablar, de esas que te interrogan, de esas que te critican, de esas que odio con todas mis fuerzas.
Sin darme cuenta de si mi cuerpo daña o molesta a alguno de esos histéricos caprichosos sedientos de sangre, consigo romper la barrera que me separa de la realidad. Inconscientemente, subo al despacho donde no hace mucho volví a recordar que en un momento de mi vida estuve a punto de volverme loca, al lugar que me hizo volver a sentir que en breve la locura se apoderaría de mí. Aquello es peor que una de esas películas americanas de crímenes sin resolver en las que el malo, tras darse por muerto, abre predeciblemente los ojos y persigue a la chica, cuchillo en mano, con intenciones poco dudosas.
Pero esto, por desgracia, no es una hiperficción. Es la cruda realidad: el muerto está ahí tirado y nunca más abrirá sus ojos, el abrecartas que se hundió en su cuerpo sigue presente, y también presente en mi memoria los golpes psicológicos que se llevaron de un plumazo la vida de mi madre, que me la arrebataron delante de mis ojos nublados de lágrimas.
Los policías están hablando con el Sr. Landow, el decano. Ese hombre es tan fantástico que me reconforta escuchar su voz a lo lejos, hablando de su mundo particular. Siempre es fascinante. ¡Ojala yo fuera como él y pudiera vivir en una fantasía de la que despertara cuando quisiera! Pero no es posible. O quizás sí. Saco de mi bolsillo esa ficha del Orfanato Santa María con la foto del bebe. La miro detenidamente… ¿y si mis sospechas fueran ciertas y esta niña fuera yo? Sería como despertar de repente de una realidad en la que siempre he vivido y darme cuenta de que soy otra persona. La historia de mis padres me destrozó por completo. Y ahora ya no sé ni siquiera si son mis padres biológicos.
Pasado un tiempo, veo a Irene llegar por las escaleras. Aparenta no saber nada del crimen, parece que no va a inculparse, y yo tampoco diré nada de lo que vi. A fin de cuentas, no es la primera vez que decido callar ante una muerte. Sigo observándolo todo desde una esquina, donde casi nadie me ve, sólo el Sr. Landow, que no hablará de mi presencia. Suena mi móvil.

-Ana, ¿qué demonios ha pasado en la facultad? –dice Silvia-
-Parece que ha habido un asesinato en el despacho de mi profesora Irene, la de la cafetería.
-¡Dios mío! Llegaré en breve, debo intentar enterarme de lo que pasa –dice nerviosa-
-Esto está lleno de gente, entre ellos tu amigo Javier. –le informo-
-Bien, bien…estoy llegando.

Esto se está complicando mucho, tengo miedo. Miro a Javier y lo encuentro con una foto en la mano, la reconozco, es la foto que le di. Con todo lo que ha pasado lo había olvidado…

bebe_antiguo

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Misterio y mémex

diciembre 11th, 2009 by alexand2

Acompañado del Sr. Landow, del fotógrafo y del resto de policías llego al lugar del crimen. El cadáver está tapado con una lona negra. Los profesores que comparten el despacho dicen no haber visto nada, no había ninguno allí en el momento en que ocurrió el hecho.
Inspecciono cuidadosamente la habitación. Muchos papeles, varios ordenadores y un dibujo extraño colgado de la pared, parece un aparejo con muchos brazos.
-¿Qué es esto?- pregunto.
A lo que el Sr. Fausto responde: -Es una representación abstracta del mémex, realizada por una antigua y muy querida alumna-.
-Perdóneme, ¿mémex?-.
-Es un aparato que inventó el ingeniero Vannevar Bush a mediados del siglo 19, destinado a recopilar información almacenada a gran velocidad-.
-Entiendo-.
-Podríamos decir que este invento fue el precursor de la “world wide web”-.
Frunzo el ceño, me interesa poco la red, lo mío son los crímenes y asesinatos, la sangre, vamos. Hablando de sangre, aquí hay, y mucha. Por lo visto, el asesinato se cometió con arma blanca.
-Con un abrecartas- me dice el agente Gustavo, enseñándome la bolsita en la cual lo han depositado.
-¿Han interrogado ya a los profesores de la facultad?-
-Sí-.
-¿Todos tienen coartada?-
-Sí-.
-Pero, Mr. Javier- exclama el decano Landow, -si este maniático atacó a alguien, que seguramente lo hizo, aquella persona que se vio atacada lo mató en defensa propia. Eso no es un crimen, ¿o yes?-.
-Actualmente, Sr. Landow, y hasta que no cambien las leyes, algo tan sensato como usted ha comentado es un crimen, penado con tres años de cárcel-.
-¡Impossible!- exclama el decano en su lengua natal.
-Pero ocurre, Sr. Landow, ocurre-.
El anciano que examina el despacho me llama la atención. Tiene una cámara potente y la pido que haga fotos al lugar del crimen. Tiene cara de avispado, igual ya las ha tomado. Sin embargo, el hombre acepta y se pone manos a la obra. Entonces recuerdo la fotografía de la niña, aquella que Silvia me confío. La llevo en la cartera y la saco. No creo que este hombre pueda darme alguna pista, pero nunca se sabe, cosas más extrañas se han visto.
-Perdone, ¿Marc se llamaba?- Él asiente con la cabeza, -¿no conocerá usted esta foto, por casualidad?-.
Entonces se le iluminan los ojos.
-Sí, claro-.
-¿Y al que la tomó?-
Y vuelve a asentir con la cabeza.

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