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Y me observa placentero…

noviembre 29th, 2009 by ilochi

Con una resaca de tranquilizantes, tambaleante y asaltada por fantasmas anónimos de la tarde pasada, camino por el pasillo. A lo lejos, la puerta del despacho. La miro y la veo distinta, cambiada. Pero… no puede ser –ironizo-. ¿Es eso de ahí  lo que yo creo que es? “Profa. Irene L. Chiralt”. Veo en mi reflejo una sonrisilla de satisfacción. Dorada y reluciente, destaca de entre todo lo que en mi mirada se ha posado durante esta fría mañana de tardío invierno. En mi despacho -¡MI despacho! puedo gritar ya a los cuatro vientos- no tengo compañía. Resulta extraño sabiendo que somos cuatro los que ya oficialmente lo compartimos.

Mi silla, espera indiferente mi llegada frente a una mesa repleta de papeles, libros de texto de tapas desgastadas, vasos de café de máquina, bolígrafos sin tinta… Y en entre todo el desorden, una carta. Una sola. Mi curiosidad expectante. No guarda dirección en su reverso, ni sello por lo que veo. Curiosidad creciente. Para abrirla… un abrecartas, mas no tengo. Levanto la mirada. Quizás Fausto, profesor adjunto del departamento y un tanto descafeinado, sí tenga. Mis ojos inspeccionan instintivamente su escritorio, que pegado al mío resulta visualmente más despejado. De todos modos, tampoco es necesario, puedo abrirla sin tener que usar un abrecartas. Pero en ese instante, lo veo. Entre nosotros no acostumbramos a tomarnos cosas prestadas y menos sin permiso… sin embargo, tenerlo ahí, tan a la mano y con la curiosidad que la carta me ha despertado, lo hace irresistible.

La calefacción no funciona. Con la chaqueta puesta y los guantes de lana, mis movimientos resultan torpes, pero no cederé ante ello. Abro la carta. En su interior, una nota sin signar:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”.

Un asalto que me ha dejado K.O. “Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido”. Frases infinitas, rescatadas de un tiempo pasado que vuelve para repetirse cual eco malsonante en mi cabeza. Pero el sonido chirriante de la puerta mi hace reaccionar. Dirijo la mirada rápidamente en busca de mi nuevo acompañante. La puerta se abre y tras ella aparece él. Alto, fornido y de apariencia aria. Ante su presencia, mi mente da un salto hacia atrás para devolverme de inmediato a mi pasado más presente. Tengo frente a mí  al agresor de la cafetería. Su mirada se me clava. A sus espaldas, la puerta queda cerrada, y mi ansiedad se intensifica por momentos. Acercándose lentamente a mi mesa, me sonríe. La respiración me ahoga, noto cómo si mis pulmones trabajaran inagotablemente sin obtener oxígeno en su labor. Y es que respiro, pero no hay aire a mí alrededor. Y es peor cuanto más cerca le sé. No despega su mirada de mis ojos. El silencio más absoluto es lo único que alcanzo a respirar. Parado frente a mí saca… ¡un cuchillo! Y en medio de mi tétrica parálisis, mi sistema nervioso se revela y mi cerebro me obliga a alzarme de la silla. De pie, parada frente a él, veo cómo me observa, cómo disfruta percibiéndome así. En silencio, me mira placentero.

Grito inconsolable, saliente de mi desgarrada garganta, que corta la quietud y retumba para no ser oído más que por el sigilo del lugar. Con un brusco movimiento, el peso de su cuerpo sobre el mío y su cuchillo amenazante aproximándose hacia mí. Forcejeo, resistencia… turbulentas nubes se ciernen en mis actos. Todo ocurre tan rápido después de eso, que por unos momentos, no alcanzo a comprender la magnitud de los hechos acaecidos ante mí.  Antes: desespero, rabia, inconsciente defensa; ahora: miedo, pasmo, su cuerpo desangrándose frente a mí. Y tiemblo, tiemblo exhorta mientras percibo mi personal desangre.

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Sorpresa

noviembre 29th, 2009 by amarge

Es viernes por la mañana, las 6:00 para ser exactos. Me asomo a la ventana y compruebo que la noche todavía cubre con su manto la silueta de un pueblo envuelto en tinieblas, tinieblas semejantes a los quehaceres de mi alma aturdida, perdida en la negrura de pensamientos oscuros, reflejados en noches de intenso llanto silenciado. Cada vez me siento más perturbada por lo acaecido, cada vez resuenan tambores demasiado escandalosos en mi cabeza. ¡Cómo quisiera haber tenido una vida normal!, pero me ha tocado vivir el mayor de los infiernos. Estoy a punto del mareo, me apoyo en el borde de la cama, vacía, sola, sumida en angustia. Esto no puede seguir así.
Después de mucho pensar, decido que iré a ver a un profesional, un psicólogo. Sin embargo, me doy cuenta de que no tengo dinero para pagar sus servicios y mi padre no puede enterarse de esto. Lo único que se me ocurre es coger el dinero sin que él se entere y devolverlo lo más pronto posible. Pero para ello, debo conseguir la combinación de su caja fuerte.
A las 8:00 escucho su despertador en la habitación de al lado. Tras él, la ducha y el desayuno. A continuación, entra en el despacho. Es mi momento. Desde la puerta me quedo mirando: él saca unos papeles del cajón del escritorio y los mete dentro de su maletín, mira por la ventana, al horizonte, se dirige a la caja y atina el número…entonces me alejo, creo que me he quedado con él.
Al salir del despacho, viene a mi habitación, me da un beso frío y callado, como todas las mañanas, y se va. Sigilosamente me acerco al despacho y pruebo la combinación. Efectivamente es la correcta. Pero he aquí mi sorpresa cuando descubro que no hay dinero allí dentro, sino una infinidad de papeles. Me puede la curiosidad y empiezo a revisarlos, parecen facturas y demás asuntos de la empresa que apenas logro entender, por lo que decido dejarlo, apesadumbrada por no haber conseguido mi objetivo. Pero cuando los vuelvo a meter en la caja, uno de ellos me llama la atención por su evidente antigüedad, el polvo recubre sus amarillentas esquinas y tiene pegada la fotografía de un bebé. Cojo el documento entre mis manos y leo en la parte superior: “Orfanato Santa María” y bajo la foto figura un año: “1989”. Mis ojos se quedan helados, cual piedra clavada en la tierra, no sé cómo reaccionar, no entiendo absolutamente nada de esto. Me guardo el papel y busco en Internet el nombre del orfanato, al parecer sigue existiendo, me apunto la dirección y me paso el camino pensando que cuando salga de clase iré allí directamente.
Pero su respuesta es clara: “no podemos facilitar los datos de este orfanato a cualquier persona, lo sentimos”. Entonces siento enfado, frustración…recuerdo la foto del parque, la agresión a Irene, este documento, la muerte de mi madre. Me siento tan debilitada que no soy capaz de seguir adelante, me siento en un banco cercano al orfanato y mientras lo miro, pienso lo que no quiero pensar: que soy adoptada.
Por la noche, necesito centrarme en algo que me aleje de todos esos pensamientos, por lo que empiezo mi trabajo de “teoría y práctica del hipertexto”:

Punto 1: hipertexto e hipermedia…

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Cuatro

noviembre 29th, 2009 by carplaes

-¡Joder Marc, menuda foto! Eso si que es estar en el lugar adecuado en el momento justo.- me espeta Paco, el quiosquero, nada más me ve entrar por la puerta. – No sabía que habías vuelto al negocio de la prensa.-

– Y no he vuelto, solo que… digamos que tropecé con la foto, y ya sabes, por los viejos tiempos.- La foto del altercado en la cafetería está en casi todas las portadas de los periódicos. Compro un par de ellos para ver que han escrito sobre los hechos, a saber que historias se habrán inventado.

Una vez en casa, me sirvo una buena taza de café y leo periódicos. Nadie tiene ni la más mínima idea de porque aquel individuo intentó agredir a aquella indefensa chica. – Joder ya nadie investiga estas cosas.- susurro tras sorber un poco de car.- solo se limitan a llenar los huecos que hay entre publicidad y publicidad.- Tras apurar la taza de café, me encierro en el laboratorio, tengo unos negativos aun por ampliar.

Mientras estoy en el laboratorio, oigo sonar el teléfono. Cuando estoy revelando o ampliando fotografías nunca cojo el teléfono. No me gusta dejar el trabajo a medias. Quién quiera que sea el que esté llamando, tendrá que dejar un mensaje en el contestador.

Sigo dos horas más metido en el laboratorio. Durante ese tiempo, el teléfono no ha parado de sonar. Finalmente pongo el laboratorio en orden y salgo. Al gilipollas que me ha estado llamando parece que no le gustan los contestadores automáticos, ya que, me habrá llamado unas veinte veces y no ha dejado un solo mensaje. No pasan ni cinco minutos y vuelve a sonar el teléfono.

– ¿quién es?

– Joder Marc, al fin coges el jodido teléfono.

– ¿quién eres?

– Coño Marc, soy Jaime. Oye, supongo que sabrás que esta mañana hemos publicado tu foto ¿no? Bien pues necesito que me hagas un favor. Necesito que te encargues de un asunto.

Maldito Jaime. Se trata de mi antiguo editor, cuando deje de cubrir conflictos bélicos estuve trabajando para Jaime en el periódico el País.

– Oye Jaime. No se si es que últimamente has estado bebiendo demasiado pero ya no me hago cargo de ningún asunto para tu periódico. Esos asuntos tuyos fueron los que mandaron a la mierda mi relación con Karen o acaso no lo recuerdas.- le contesto con tono irritado.

– Ya se que estás retirado, pero esto es importante. Te necesito, te lo pido como un favor personal. Recuerda me debes más de un favor. Sólo quiero que vayas a la universidad y te encargues de investigar un asesinato.

– ¿Por qué tengo que ir yo? Acaso no tienes una redacción llena de periodistas que gustosamente cubrirían esa información.

– Ellos no tienen ni tu instinto ni tu olfato. Eres un jodido sabueso naciste para esto y lo sabes. Además, el fiambre, es el tipo que aparece en tu foto, el que intento agredir a la chica de la cafetería. Sólo quiero que investigues este caso, luego no te pediré nada más. Lo prometo.

Jaime siempre fue un hijo de puta, sabe como manipularme para que haga lo que el quiere.

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Aquella mañana de julio

noviembre 20th, 2009 by amarge

hombre_cuchillo

Escondida tras el cristal, advierto que Javier se ha percatado de mi curiosidad, por lo que subo rápidamente las escaleras. Acabo de conocerle y desea ayudarme, no quiero causar una impresión equivocada. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en qué será aquello que tanto ha sorprendido a Silvia… ¿será algo relacionado con la muerte de mi madre? Espero sinceramente que no, porque no lo soportaría, Silvia ya se obsesionó bastante con el tema.
Esta noche no dormiré nada, lo sé. Efectivamente, así es. Me levanto más tranquila y me voy a clase, intentando evitar pensamientos que me atormenten, pensando en cosas más amables. Por ejemplo, en mis estudios: ayer, con todo el ajetreo de mi quedada con Silvia, no me acordé de preguntarle algo a Irene, una duda, por lo que hoy pasaré por su despacho. Por cierto… ¿ya tendrá despacho propio?
Mientras me acerco hasta su puerta reflexiono acerca de mi duda. Quisiera que me volviera a explicar la diferencia entre hiperficción constructiva y explorativa y cual de las dos debemos hacer en nuestra próxima práctica. Repaso mis apuntes:

1. Hiperficción constructiva:

• Autoría en colaboración
• Intención lúdica
• Heterogeneidad: creatividad

2. Hiperficción explorativa:

• Un solo autor
• El lector elige los trayectos de lectura
• Posible sensación de pérdida
• Ausencia de linealidad
• Finales abiertos

Al llegar al departamento, veo que en el despacho del fondo figura una placa con su nombre. ¡Por fin! Ya era hora de que todos supiéramos de su ubicación. Me acerco pero alguien se me adelanta, un hombre alto, algo descuidado respecto a su imagen, con una cara tremendamente familiar. Se adentra rápidamente en el despacho de Irene, por lo que debo esperar en la puerta. Mientras tanto, pienso:
¿Qué hago aquí realmente? No puedo engañarme más, he venido para ver cómo está ella, y para que me expliqué qué pasó ayer en esa cafetería. Todo ha sido muy extraño desde el principio, esa fotografía, la reacción de Silvia, el policía, el intento de agresión a alguien de mi entorno. Sin quererlo, me siento culpable, siento que he tenido algo que ver en todo esto, que alguien maquina a mis espaldas un plan que no alcanza a comprender mi intelecto.
No se escucha prácticamente nada dentro de la habitación, ni una conversación, ni siquiera el teclear del ordenador. Es como si estuvieran hablando muy bajito. ¿Será su pareja? Es posible que esté molestando aquí –considero- Pero, de repente, Irene emite un grito desgarrador, tan estridente que mi cabeza no es capaz de asimilar al instante. Me asomo con miedo e indecisión por una pequeña rendija de la puerta -si son discusiones sentimentales no quiero interrumpir- y descubro a aquel hombre con un cuchillo en la mano, tendido sobre ella encima del escritorio. Sus ojos son tan profundos que infunden terror a simple vista. Terror en los miembros de Irene. Terror en su rostro, en sus labios, en sus ojos, en sus manos. Terror en mi alma. Sus ojos son los mismos que los del individuo que ayer se llevaba la policía.
Él obstruye su boca con la mano, ella intenta soltarse. Mi shock es absoluto. Y en ese momento, justo cuando estaba a punto de intervenir, observo cómo Irene agarra con decisión un abrecartas que reposaba en la mesa. Con un brusco movimiento, consigue librarse de la prisión de sus brazos y se levanta con ímpetu, asestándole el impacto en vientre, único sitio donde le resulta posible procesar su defensa. Él se apoya torpemente en la pared y cae al suelo. Me voy corriendo sin pensar, aturdida, asustada, con esperanza de no haber sido vista.
“No, no puede ser. ¡Otra vez no!” –se lamenta mi alma- Lloro con rabia de forma inconsciente, he vuelto a sentir aquel pánico que sentí, aquella sensación horrible. Mis gritos resuenan en los oídos de los viandantes, piensan que estoy loca. Mis recuerdos me acongojan.
Me voy deprisa a casa y allí está él, mi padre, inconsciente de todo lo que sé sin el saberlo, lejos de advertir que mi mente está volviendo a morir lentamente. Tan ajeno a la idea de saber que yo fui cómplice de su error, aquella mañana de julio.

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Tres

noviembre 18th, 2009 by carplaes

Un par de minutos más y los negativos estarán listos. Por fin podré ver si la instantánea del atraco en la cafetería, se parece a la idea mental que tengo de la imagen. Todo pasó muy rápido. Hablaba con Alberto, sentado en una mesa, tomando tranquilamente un café y de pronto, de la nada, apareció un tipo que intentó agredir a una chica. Afortunadamente antes de que el agresor consiguiera su truculenta intención, saltó de detrás de mí uno de los individuos que pensaba que eran policías. Mientras el policía y el delincuente estaban forcejeando, el agente desenfundó su arma y le asestó un disparo en el hombro a su contrincante. Justo en ese instante tomé la fotografía que inmortalizaría la heroica acción.

Velocidad 1/30, demasiado lento, dentro de la cafetería apenas había luz. Espero que mi pulso sea tan firme como cuando era joven y hacía fotos en zonas de conflicto donde ni las balas ni los constantes bombardeos afectaban a mi concentración.

– Vamos, vamos, vamos.- Susurro mientras voy desenroscando el rollo de la película mirando a tras luz todas y cada de las imágenes en negativo, con la esperanza de encontrar la foto de la cafetería.

– De puta madre.- En mi cara se dibuja una sonrisa al ver que la fotografía es tal y como imaginaba. El policía tumbado en el suelo y en su pistola aun se puede ver el fuego del disparo. De pié el agresor está recibiendo el disparo y justo a su lado la chica muestra un aspecto conmocionado.

Sin duda una buena instantánea. Gracias a los contactos que aun conservo de mis tiempos como reportero gráfico, seguro que mañana esta imagen estará en la portada de todos los periódicos, como en los viejos tiempos, los buenos tiempos. Lastima que Karen, mi ex, ya no me quiera ni ver, seguro que de seguir conmigo esta noche saldríamos ha celebrarlo. Mañana todo el mundo verá la fotografía. El policía será adorado como héroe, el atracador causará repulsión como el peor de los villanos, la joven dará lástima al ser la víctima, y posiblemente a mí se me acusará de cobarde por haber estado haciendo fotos en vez de ayudar al agente de la ley.

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Una fotografía que sangra

noviembre 17th, 2009 by alexand2

Tengo el coche cerca y me presto a llevar a Silvia y a la muchacha que la acompaña a casa. Algo de compañía no me puede venir mal.

-Por cierto, Javier, mira esta foto, dime si te suena de algo-

A pesar de que estoy conduciendo cojo la fotografia con la mano y la examino cuidadosamente.

-Es muy melancólica, ¿no? Y esta niña… Silvia, ¿de qué me suena esta niña?-

Entonces la miro con incredulidad en los ojos. Veo lágrimas resbalar sobre sus mejillas. Le devuelvo la fotografía y sigo conduciendo. Tengo que hablar con ella, pero a solas.

Llegamos a casa de la muchacha y esperamos a que entre  y cierre la puerta.

-Esta es su hija- me dice entonces con voz apagada, -¿qué sabes de ese psicópata tras el que andabas?-

-¿Mc Luhan? Oh, Silvia, no he tenido tiempo de decírtelo, ¡está muerto!-

-¿Cómo que muerto?-

-Es tan absurdo que no sé si vale la pena contarlo-

-¡Dios bendito! Podríamos escribir una historia, Javier-

-Si se pudiese escribir una donde pudiese elegir el final, sería yo el héroe del caso-

-Hoy has sido un héroe-

Me enciendo el cigarrillo y aspiro el humo, algo intranquilo.

-No he sido ningún héroe, Silvia. He respondido a un impulso. No tiene ningún mérito-.

Intento no sacar el tema, pero ella lo saca: -Y la chica de la foto, ¿qué me dices?-.

-Se parece mucho a ella, Silvia, pero no tiene por qué serlo-.

-¿Qué se parece mucho?- alza la voz con indignación. Alcanzo a ver que la muchacha nos está mirando desde la ventana del primer piso.

-Baja la voz, no vayamos a asustar a la chica-

Silvia se me acerca amenazante, los ojos encendidos de rabia contenida.

-Javier no oses tomarme el pelo. La has reconocido tan pronto como yo a pesar de tu aparente disimulo-.

-Silvia, la perdimos hace mucho tiempo. Me niego a pensar que sigue viva-.

-Ella tendría ahora esta edad, Javier- y levanta la foto para que la pueda vislumbrar, para que la negra bestia que es el dolor y la pérdida ahonde sus uñas en mi piel. Me hace sangrar de desesperación.

¿Sabes quién tomó esa foto?- le pregunto entonces, lanzando la colilla al suelo, mis ojos enrojecidos.

-No-.

-Pues habrá que descubrirlo-.

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Callada entre el ruido

noviembre 15th, 2009 by ilochi

¿Alguna vez habéis oído el sonido de un disparo? No es como los demás sonidos. Es como un sonido sordo, de esos que parece que los oigas en el silencio, donde nada más te estorba, y que al pasar dejan tras de sí un halo de turbulento silencio. Por unos segundos todo se torna macabramente silencioso. No existe más que el ruido seco de esa bala que se dispara. Eco en mi cabeza. Pum, pum, pum, pum…

De repente, ruido. A mí alrededor todo se torna ruidoso y confuso. Gritos. Pánico en la mirada de esa camarera que tengo a mi lado, de esa indefensa camarera que tengo a mi lado, de pie. Me estremezco con el frío terror de aquel lugar que ardía en calidez momentos antes. Oigo el chirriar de mis dientes en el vacío de mi interior, que por la tensión no puedo despegar.  Me sudan las manos. Mis latidos retumban como zambombas gigantes por mi cuerpo desnudo de seguridad. Y por un momento, siento que todos me miran. Soy el centro de atención entre mis compañeros de fatiga. ¿En qué instante mi presencia se ha vuelto relevante?

-¡Cuidado!

Volteo la cabeza hacia atrás. Y ahí está. Provisto con su insensible arma, dispuesto abalanzarse sobre mí cual feroz animal sobre su presa. Cierro los ojos. No quiero mirar. ¡No puedo mirar! Mis brazos en forma de cruz cubren mi rostro, y aunque no sea suficiente me resulta por un instante alentador saberlos ahí. Pom-pom, pom-pom, pom-pom… mis latidos. Mi respiración. Mis párpados arrugados al máximo. Y espero el fuerte impacto. Espero. Espero. Y espero demasiado tiempo. No sé dónde está, dónde estoy. Miro temerosa. Ya no está frente a mí. ¿Dónde se ha metido? Forcejeos. Oigo como pelean. Y  en suelo los encuentro. Ahí está el quebrantador de la paz y aquel delgado hombre que antes charlaba junto a mí. No entiendo nada. Deben de haberse enzarzado en los instantes previos a mi temido impacto.

¡Otro disparo! El atracador cae al suelo, abatido por el tiro en el hombro del héroe de la tarde –así lo llaman los presentes-.

Ambulancia, policía, gente… y más gente. Periodistas. Preguntas.

-¿Por qué quería agredirla el supuesto atracador? ¿Lo conoce? ¿Sabe qué motivos tenía para cometer tal delito? ¿Qué piensa del hombre que le ha salvado la vida? ¿Qué…? ¿Cómo? ¿Cuándo?…

Sé que necesitan que les responda, pero no puedo. No puedo articular palabra; mucho menos enlazarlas. Los médicos me atienden. Me tapan con una fría manta color gris. Mi temperatura corporal ha de equilibrarse. Tengo sed, mi boca está seca, la garganta me raspa.

-¿Cómo se encuentra?- levanto la cabeza dejada caer por su peso, y allí está él, el misterioso héroe.

-Gracias- no atino a decir más.

-De nada- sonríe- ¿Cómo se llama?

-I…Irene.

Un médico se acerca y le pide que se vaya. Me trae una pastilla pequeña y blanca que me tomo con ayuda de un trago de agua de un vaso de plástico. Me han dicho que es un calmante. El efecto es casi inmediato. Mi mirada se nubla, tengo sueño. Me parece ver a una joven que me pregunta por mi estado. No sé, no sé cómo estoy, sólo quiero dormir. Dormir. Dormir. Y despertar en mi cama.

Mi próxima clase trata sobre un autor llamado George P.Landow y su obra  “Hipertexto. La convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología” y entre sus muchas cuestiones trata cómo el texto dentro del hipertexto nunca está dado. Las obras impresas en papel tienen un principio y un final cerrado, sin embargo, en el hipertexto continúa creciendo gracias a la posibilidad de añadir nuevas lexías por parte de los autores o incluso de los lectores. El final de mi día podría haber sido muy distinto en un día cualquiera, pero hoy ha resultado contra todo pronóstico algo rompedor, espero que no sea cierto eso de que: las cosas malas nunca vienen solas. De momento, voy a seguir durmiendo.

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Lluvia de sentimientos

noviembre 13th, 2009 by amarge

Mi sueño se ve tremendamente interrumpido por su llamada:

-He recibido tu e-mail. Si te parece, podemos quedar esta tarde.
-Muy bien, no hay problema. ¿A las 19:00?
-Sí.
-Te espero donde siempre.
-Allí estaré.

Me levanto despacio y me arreglo rápido. Llego tarde a la facultad, a mi examen de “teoría y práctica del hipertexto”. Por el camino, voy recordando ideas:

1. Concepto de Hipertexto de T. Nelson: “Un cuerpo de material escrito o de imágenes interconectado de una manera compleja que no podría ser convenientemente representada en papel. Puede contener índices o mapas de sus contenidos e interrelaciones; puede contener anotaciones, adiciones y notas a pie de páginas hechas por especialistas que han examinado dicho material”.

2. Michael Foucault: Texto en forma de redes y nodos.

3. Umberto eco: múltiples interpretaciones de una obra.

4. Cadáver exquisito.

Algo me atraviesa el pensamiento durante un instante. ¿Y si esta fotografía me llevara a toda una aventura hipertextual? Por primera vez me doy cuenta. La búsqueda, la investigación me va a llevar a muchas interpretaciones. Y puede que no alcance ninguna conclusión concreta. Me invade el miedo a la incertidumbre.

Al acabar mi examen, salgo corriendo del edificio. En media hora he quedado con Silvia, una amiga de mi madre, periodista. Siempre he tenido un gran vínculo con ella, por eso creo que me ayudará. Veo de lejos a Irene, mi profesora de “Hipertexto” con una bicicleta. No le doy importancia.

Silvia ya ha llegado. Después de los oportunos saludos le entrego la foto y ella se queda pensativa, absorta. Comenta que es muy extraño, que no parece una foto cualquiera. Esa niña le suena, pero no sabe de qué. Entonces rompe a llorar y me abraza. No entiendo porqué pero también mis ojos derraman lágrimas. La miro:

-¿Qué nos ocurre?

-Lo siento mucho, Ana. No era mi intención ponerme así. Pero ya sabes que todavía no he logrado superar lo de tu madre. Era una parte de mí. Sé que a ti te duele más, que no puedo ser egoísta. ¡Pero es que esta foto me recuerda tanto a ella!

-Lo sé. Es muy duro para todos. ¡Pero fue un accidente! Deja ya tus investigaciones sin fundamento. No fue asesinada. Esto no tiene nada que ver.

En ese momento, empieza a llover y suena su móvil. Algo ha pasado en una cafetería cercana. Silvia debe ir para cubrir la noticia, por lo que ambas salimos corriendo. Al llegar allí, la policía y la ambulancia gobiernan la entrada. Los nervios se vislumbran entre la gente: hay una mujer sentada en una silla hablando con un par de médicos. Parece la afectada. La policía está arrestando a un hombre alto de pelo oscuro y todos felicitan a otro señor de mediana edad que parece satisfecho e inquieto. Dos hombres permanecen de pie con unas fotos en la mano. Resulta curioso.

Me acerco gracias a Silvia, y veo que la mujer que está en la silla es Irene, mi profesora. Pero está tan afectada que no me atrevo a preguntar. Cuando me doy la vuelta, Silvia está hablando con el que todos llaman “héroe”, voy hasta allí:

-¿Qué ha pasado?
-Alguien ha intentado agredir a esta mujer, pero por suerte mi amigo lo ha detenido.
-Me alegro mucho. Ella es mi profesora.
-Y, ¿Tienes idea de porqué ha podido ir a por ella?
-No. Es muy extraño.

Pasada una hora, por fin puedo preguntarle a Irene sobre lo acontecido. Ella me mira pero no dice nada. Como si no supiera quién soy, como si nunca me hubiera visto. Se marcha junto a los policías.

La lluvia es intensa, no podemos volver así. El amigo de Silvia nos acerca a casa y en el trayecto ella le habla de mi fotografía. “Veré que puedo hacer”, contesta. Pero su mente rumia otra cosa, un asunto que considera más grave. Creo que quiere hablar a solas con Silvia.

Me deja en la puerta de mi casa, entro y me quedo observándolos desde el cristal. Él le dice algo y ella parece no poder articular palabra. Su asombro es evidente. Espero que no tenga ninguna relación con aquel asesino que la perturbó por completo. No, la historia no puede repetirse.

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Noticias frescas y digitales

noviembre 12th, 2009 by alexand2

Ha empezado a llover hace ya un buen rato. Lucas ya se ha ido y yo me relajo en la silla de la cafetería. Pido otro café y miro a mi alrededor como intentando hallar el cadáver del fallecido psicópata.

¡Maldita sea! Tendría que haberle capturado yo, llevarme alguna gloria. Este oficio es penoso, creo que me haré luchador de sumo. Pero desde el cristal mojado mi escuálido reflejo y mi piel gris se parecen más a la del fantasma que estoy buscando que al luchador de sumo que no llevo dentro. Tengo que dejar de fumar.

Empiezo a jugar con la servilleta de papel, a enrollarla por mi dedo a medida que me sumerjo en un profundo estupor, en mi laboriosa mente. Las penalidades por las que he tenido que pasar en el caso del psicópata irlandés, las trampas que nos tendió, las víctimas que…

Pero me  interrumpe el estallido de una bala, un «QUE NADIE SE MUEVA» y otro estallido más. La gente, presa del pánico se levanta de las mesas, confusas. Intento hallar el origen del caos, ¿quién lleva la pistola? Entonces un hombre fornido de gran tamaño corre hasta una joven mujer cerca de mi mesa. Le descubro el arma en la mano derecha y corro a abalanzarme sobre él.

Le pillo desprevenido, echándole al suelo antes de que haya podido alcanzar a la mujer. Saco mi propia pistola a la vez que le arrebato la suya. Pero este, presto tras el primer golpe, intenta deshacerse de mí y alarga una mano hacia el arma que he tirado al suelo. Caigo de espaldas al frio mármol para ver cómo me apunta con el revólver. No tengo otra opción, soy más rápido que él y le disparo en el hombro derecho. Oigo el apagado sonido de un flash.

Soy un héroe. Al menos eso me repiten los asistentes a la función. La patrulla de policía ya ha llegado, la ambulancia también. No hay ningún herido, solo el ladrón. No sé qué pretendía hacer con una cafetería llena de gente. Parece que se había escapado de un psiquiátrico. ¡Locos!

La mujer a la que pretendía agredir me da las gracias. Tiene un nombre precioso, es profesora.

Entonces llega la prensa. ¡Vaya suerte la mía! Un fotógrafo en el bar ha sacado una instantánea de mi «heroica» acción. Los periodistas me acribillan a preguntas. Veo a Silvia, mi gran amiga Silvia, periodista respetable -cosa que no se puede decir de todos ellos, son una especie aparte- y a ella le cedo todas mis respuestas. Amainada la estampida mediática, nos sentamos tranquilamente.

-Puedo ayudarte a redactar la noticia, si quieres- la veo estresada y quisiera ayudar.

-No sé si sabrías, es para la versión digital-.

-¡Vaya! será igual, ¿no?  la pirámide invertida esa…-.

-Ah, no, la prensa digital es diferente, es hipertextual-.

-Explícate-.

-Mira, en la prensa digital debemos ser bastante más concisos. El formato nos permite escribir lo fundamental de la noticia y crear enlaces en siglas o en determinados personajes para así dar la opción a profundizar sin molestar el ritmo dinámico de la noticia. De esta forma, se pueden incluir también enlaces referentes a sucesos anteriores o al seguimiento del suceso en cuestión. Por ello, hay que ser capaz de distinguir entre la actualidad de última hora y la documentación que en este caso es innecesaria, porque con un solo click se accede a ella instantáneamente. Por ejemplo, en esta noticia, voy a dar la oportunidad al lector de acceder a información de sucesos parecidos acaecidos en el pasado , o de las estadísticas de internados que se escapan al año. Incluso podría añadirte a la wikipedia y crear un enlace a tu persona para que te conozcan mejor-.

-Podría ser interesante… poner una foto, algo de mi carrera- arguyo con algo de egolatría.

-Bueno, pero antes deberíamos cambiar ese look tuyo a lo «Adams»- y suelta una sonora carcajada.

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Linealidad interrumpida

noviembre 8th, 2009 by ilochi

Tras mi última clase, me apetece desconectar. Dejo tras de mí, un grupo de dispersos alumnos de miradas perdidas y pensamientos fugaces viajeros de sus propias mentes. Sus mentes, grandes espacios hipertextuales inmateriales. Pensamientos que se enlazan unos con otros y trazan una red hiper compleja, de nodos, vínculos, hiper vínculos… Que les transportan a otros lugares, a otros momentos. A situaciones tan reales como a una noche de borrachera.

Me esfuerzo por hacer clases que resulten ciertamente atractivas. ¿Me esfuerzo?  No, realmente no. Doy clase como me gustaría que me la dieran a mí, o eso creo. Me gusta relacionar los conceptos más teóricos con elementos tan irracionales como la belleza. Pero no resulta suficiente para mantenerles despiertos. No consigo mantenerles ajenos a esa especie de letargo en el que se sumen. Esa especie de realidad virtual que a veces me resulta casi más real que mi propia explicación.

En resumen: belleza conjunta no ha resultado ser mejor lección que cualquier otra. O al menos, no más interesante. Y no es frustración lo que siento, o quizá sí, pero tampoco quiero pensarlo. Ahora mismo el entramado  que configura mi trayecto ciberespacial se está liando y si sigo no voy a poder retroceder, así que más vale una retirada a tiempo.

Salir de clase, subir las escaleras, entrar en mi despacho – ¿mi despacho?- ¡Dios! ¿Por qué digo mi despacho? ¿Pone mi nombre a caso? No. Según los de mantenimiento la plaquita que lo identificará está al caer – ¡cuidado no les vaya a caer encima un día de estos! Porque llevamos así meses- . Tampoco es que el día que caiga la dichosa placa el despacho pase a ser mío exclusivamente –es uno de esos despachos compartidos- pero al menos mis alumnos sabrán dónde han de acudir cuando tengan dudas. Y quizás de ese modo, cuando consigan encontrarme y satisfacer su adolescente curiosidad, ¡retoman el interés por la asignatura! No sé, quizás estoy poniendo demasiadas expectativas en esa placa.

Salgo de la facultad. Llueve. Esto no es rutina, es más, es casi anecdótico. Cojo mi escuálida bicicleta y “chano chano” –como dicen en mi pueblo- hago camino. En el trayecto hacia casa suelo repasar mentalmente –de acuerdo, no siempre es mentalmente, de vez en cuando hablo en voz alta y la gente me mira raro- repaso la lección pasada y preparo la siguiente. La brisa fresca, los caminantes en las ceras, el tráfico, las señales, el ruido, la ciudad… me aportan cada tarde algo nuevo, que quizás incluyo en mis lecciones –no me gusta la palabra lecciones, no sé por qué la uso-. Para la semana que viene, la ruptura de la linealidad en la literatura hipertextual. La vida no es lineal. Cada tarde es diferente, a pesar de que sigamos el mismo recorrido. Como decía Humberto Eco acerca de la lectura más activa. En la lectura digital tomamos el control del texto. Creamos una nueva forma de difusión cultural. Es el lector el que decide qué camino le interesa explorar en cada momento.

cafeteria Cambio de ruta. La lluvia se está intensificando. Voy a tomar otro camino porque creo que es más corto. La ventaja de configurar tu propio camino en el espacio hipertextual hace que como dicen autores como Bierce, Cortázar y Joyce, se rompa la linealidad y nos acerquemos con mayor atino a la realidad de un modo más natural. El lector se ve obligado a  elegir dentro de un gran abanico de opciones aquello que más le interesa. Como esa mujer que decide utilizar el periódico a modo de paraguas. La lectura en el espacio cibernético nos lleva de un texto a otro estableciendo relaciones constantes entre ellos. De este modo, a pesar de que las secuencias que componen la obra sean lineales, su lectura deja de serlo en el momento en que se interrumpe el ritmo. Los diferentes links conductores de la trama, suponen digresiones climáticas que rompen la linealidad.

Estoy empapada y casi está cayendo piedra. Para colmo el camino no parece ser más corto. Pincho en el link de una pintoresca cafetería que hace esquina. Mi bici, descansando sobre una farola, mojándose. Yo, sentada a cubierto en un local nuevo para mí. Una pareja de enamorados, un solitario caballero con su PDA, dos hombres y dos más.  A unos los tengo en frente, a los otros a mi derecha. Ninguno está mojado, deben de haber entrado hace un rato, cuando todavía no llovía. Los que están frente a mí observan con atención, ¿qué es? –miro sin demasiada discreción- ¡ah! Fotos, están viendo unas cuantas fotos.

-“¿Muerto? ¿McLuhan ha muerto?”. Toda mi atención se centra en la mesa de la derecha.

-“¿Qué desea tomar?” – Interrumpe mi escucha la joven camarera de acento galo con su dulce voz.

Esta tarde, mi linealidad se ha roto por completo.

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