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Puñales afilados

diciembre 19th, 2009 by amarge

Aquella noche, cuando llegé a casa no pude más. Mi padre advirtió las silencionsas lágrimas, servidas continuamente sobre el plato de la cena, que lloraban mis ojos, y no dudó en preguntar acerca de mi estado. No pude contener los numerosos interrogantes que me atormentaban ni un minuto más dentro de mi mente, así que, casi por impulso involuntario, mis labios los convirtieron en palabras tajantes.

-He encontrado esto en tu caja fuerte –digo mientras saco la ficha del Orfanato Santa María del bolsillo-

-Pero…pero…¿quién te ha dado permiso para urgar entre mis cosas? –y se levanta violentamente-

-Ha sido sin querer, pero explícame qué es esto por favor papá -digo atemorizada-

-¡Eres una cotilla! Como vuelvas a acercarte a mi despacho…-y levanta la mano con actitud amenazante-

En ese momento, salgo corriendo de mi casa mientras escucho sus dolorosos gritos de fondo. Necesito escapar de esta locura, huir lejos, él no conseguirá tratarme como a mi madre, no,no lo permitiré jamás; ya bastante me arrebataron esos gritos que se clavan como afilados puñales en el alma. Llego al parque San Sebastián: recuerdos de infancia, esa época en la que era feliz, el único momento de mi vida en que lo he sido. Me viene la foto de aquella niña a la memoria, la que encontré aquí mismo entre las hojas, esa que siempre he sabido que soy yo.
Esta noche no puedo volver a casa, tengo mucho miedo. Así que decido andar hasta casa de Silvia, ella me ayudará. Al llegar allí, llamo a la puerta varias veces, ella me abre y se asusta:

-¿Qué pasa Ana? ¿Qué haces aquí a estas horas?

-Tengo que hablar contigo, Silvia –digo despacio- Se ha puesto muy violento esta noche, tengo mucho miedo

-No puede ser, no puede ser cariño-me abraza- ¿qué ha pasado?

-Hace unos días encontré esto en su caja fuerte -le enseño la ficha- y hoy le he preguntado por ello. Pero se ha puesto a gritar, diciendo que cómo me atrevo a mirar sus cosas.

-¡Dios! no podemos dejar que esto se repita, Ana. Ya bastante sufrió tu madre con él, tú lo sabes, ahora no la puede tomar contigo –dice Silvia-

-Yo pensé que después de lo de mamá cambiaría, y todo este tiempo conmigo ha estado bien, callado, sumido en sus cosas, pero no violento –digo más tranquila-

-Sí, pero… -en ese momento mira la ficha del orfanato- ¡no puede ser! –rompe a llorar-

-¿Qué ocurre Silvia? –pregunto nerviosa-

-Debo hacer una llamada –y se va a otra habitación-

Sin embargo, no puedo evitar acercarme a escuchar su conversación telefónica:

-¡Javier, es ella, nuestra hija está en casa! –dice Silvia con la mano en el pecho, como intentando calmar los acelerados latidos de su corazón –¡Ven ya, rápido!-

Sus palabras resuenan en mí como hielos mezclados en vasos cristalinos. ¿Silvia y Javier son mis padres? No, no es posible.

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