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Nueve
enero 15th, 2010 by carplaes
Sentado en la cafetería, donde todo empezó. Me encuentro repasando todas las notas que he ido tomando del caso de Irene mientras tomo un café. Este rompecabezas no parece encajar de ninguna manera. En el bar sacacorchos, la otra noche conocí al tal Toni, solo que aún no sabía que era el y desde entonces nadie, ni Javier ni ninguno de sus chicos de la policía han averiguado algo sobre su paradero. Irene es todo un enigma, se que esconde algo, un pasado oscuro y que de alguna manera está implicada directamente en el caso. Aunque por ahora no hay manera de demostrarlo. El yonki muerto, sin duda, un desperdicio de la sociedad ¿Qué motivos tendría para intentar agredir a Irene? Realmente, este tipo no encaja como amistad de una profesora de universidad. Además, según los informes, este chaval siempre estaba metido en problemas con los traficantes, lo más seguro es que estaría haciendo el trabajo sucio de alguien a quien le debía dinero.
Este parece que será uno caso sin resolver, a menos que alguno a los que este tipo de casos nos quita el sueño, tengamos un golpe de suerte y consigamos una pista para poder atar todos los cabos sueltos. De pronto, alguien me coge por detrás el hombro.
– Hola Marc.- Me llama una voz de mujer que me resulta familiar
Una mezcla de curiosidad y nerviosismo me impulsa a girarme rápidamente. – Ho ho hola.- Tartamudeo. Es ella, Karen, no lo puedo creer, mi ex mujer. Después de tantos años sigue igual. De pronto miles de preguntas se amontonan en mi cabeza, tropiezan entre si mientras pelean por ser la primera frase que salga de mi boca.
– ¿Qué tal te va Marc? He visto en el periódico de tu amigo Jaime que has vuelto a las andadas. Prácticamente desde que me fui no he visto que publicaras nada.
– Uno intenta cambiar, pero no es fácil. Uno es quien es, lo quiera o no. Siempre seré el reportero obstinado que conociste. ¿Qué tal tu vida? ¿Dónde has estado durante todo este tiempo?
– Cuando te dejé me fui a vivir a Madrid. Desde entonces he estado trabajando como ilustradora para un editorial. No es lo mismo que pintar cuadros pero lo pagan muy bien.
– Eso está bien, aunque, la pregunta más importante es: ¿Qué haces aquí?
– Un cliente de la editorial vive por aquí cerca y hemos quedado en reunirnos en esta cafetería para discutir los detalles de las ilustraciones de su último libro.
– Entonces, el hecho de que nos hayamos encontrado aquí es una casualidad. Esto es como uno de esos senderos que se bifurcan.
– ¿Senderos que se bifurcan? Tantos años y sigo sin entenderte.
– ¿Puedo invitarte a un café?
– Mi cliente está al caer y esto me llevará un buen rato. Pero que te parece si esta tarde nos vemos en el parque donde solíamos ir cuando éramos jóvenes. Podríamos dar una vuelta por ahí y más tarde ir a cenar. Así podemos hablar sobre estos últimos años o sobre los viejos tiempos.
– Me gusta la idea de hablar de los viejos tiempos. Nos vemos en el parque. ¿A las cinco te va bien?
– Perfecto, ahí nos vemos.
Mi cabeza es un hervidero de pensamientos, ¿porqué a aparecido Karen?, ¿porqué ahora? Después de tanto tiempo. La he echado tanto de menos durante todo este tiempo. Estoy nervioso como un adolescente en su primera cita. Quiero volverla a ver, abrazarla, besarla, volver a notar su olor. Cuando me abandono, solo me quedo su olor impregnado en las sabanas y fui incapaz de cambiarlas durante varias semanas. Tenía medio perder su olor porque era lo que más me recordaba a ella.
Llego temprano al parque, estoy impaciente. Aún falta un cuarto de hora para que sean las cinco. Mientras la espero paseo por el parque. Me quedo distraído viendo como una niña juega. La escena me recuerda a aquella niña de la foto que días antes me trajo tantos recuerdos. Cuando levanto la mirada, no lo puedo creer, maldita sea mi suerte. Junto a unas secuoyas está Irene hablando con Toni el tipo de la chaqueta de cuero. Parece que están discutiendo. Toni hace unos gestos con las manos, parece que está diciendo a Irene que le siga. De pronto se alejan a pié de los árboles. Son las 4:59. Karen estará al caer, no puedo perder la oportunidad.
Una persona no puede cambiar, tengo que seguirlos, ahora todo encaja. Justo cuando paso junto a las secuoyas leo en una de ellas:
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como el pasto del rocío.”
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Nuestro secreto
enero 10th, 2010 by amarge
A las puertas del hospital, los nervios se convierten en mis más allegados compañeros. Entro corriendo, con el corazón en un puño y resonantes latidos pregonando presagios malévolos en mi interior. Son las 4.00 de la mañana, la noche es tan oscura que las luces de Urgencias parecen dibujar variopintos laberintos colmados de desolación.
Cuando por fin consigo hablar con un médico, sus palabras, lejos de reconfortarme, adivinan el augurio que minutos antes flotaba en mis pensamientos. Está grave, muy grave. Cuando me fui, tras la pelea, cogió el coche y se fue directo al bar, allí bebió y bebió, un whisky tras otro, como antaño. Al finalizar su pérfida velada con la botella, se atrevió a conducir una vez más en medio de la oscuridad, con la embriaguez como fiel aliada en su vehículo. Pero esta vez no logró escapar de los peligros que acecha la carretera, y al llegar al tramo que conduce a la Avenida principal, sus miembros se debilitaron, su mente se estremeció y sus ojos nublaron el espejo retrovisor. Asustado, frenó sin más, bruscamente, y el Cherokee que circulaba detrás no pudo evitar el impacto. Mi padre salió despedido, dejando el cristal hecho trizas, y el frio asfalto recogió su malherido aterrizaje, y su sangre.
Está en coma, y no saben cuánto más aguantará. Entre lágrimas, decido entrar a verle, quizá por última vez. Ahí está, tan tranquilo, tan inocente, parece que no fuera el mismo que horas atrás. Su cuerpo permanece completamente inmóvil, sus profundos ojos cerrados y de fondo un pip pip pip constante que alimenta esperanzas pasajeras. Me armo de valor y hablo:
-Papá, soy Ana, estoy aquí. Necesito hablarte de muchas cosas, y lo voy a hacer a pesar de tu estado, pues es probable que me escuches. Hoy me he enterado de que no soy hija tuya biológica, sino adoptada, y ha sido un duro golpe para mí confirmar mis sospechas. Sin embargo, debo decirte que me alegra que mi madre, al menos, sea Silvia, y haber descubierto la verdad por lo que respecta a mi origen. Me queda decirte, que pese a esto, que tanto tu como mamá conseguisteis que mi infancia fuera feliz… ¡todavía recuerdo cuando me llevabais los dos a ese parque! Y allí jugábamos juntos.
Sin embargo luego, ¿qué pasó papá? ¿Por qué cambiaste de esa manera? Empezaste a llegar borracho a casa y a gritar, sí, yo os escuchaba desde la habitación, y muchas veces, escondida en la escalera, te vi ponerle esta mano encima –le cojo la mano con suavidad- y decirle que no merecía tu amor y tus cuidados. Y, ¡ay papá! lo que tú no sabes es que aquel día también estaba en la escalera y te vi, el día que acabaste con su vida. Jamás te había visto tan ebrio en mi vida, llegaste a las dos de la madrugada gritando, asegurando a voces que mamá te había engañado, ella lloraba y lloraba sin parar y tú la cogiste del brazo y le dijiste que contigo o con nadie.
Ella intentó escapar y subió rápidamente las escaleras, yo estaba allí, en ese hueco donde años atrás tú y yo jugábamos al escondite y siempre me encontrabas. Desde aquel negro agujero, divisé la tremenda paliza que le atizaste y que la dejó exhausta, tirada en el suelo. Entonces tú te fuiste, no sé a qué ni quiero saberlo, y ella consiguió escapar a duras penas, a tus espaldas, y saltó por la ventana. Yo, desde arriba, la vi saltar y meterse en el coche. Pero había olvidado las llaves, no pudo arrancar y escaparse. Tú saliste a su encuentro, te metiste en aquel antiguo Ford y ambos os fuisteis bajo mi temerosa y humeante mirada.
Al día siguiente, por la mañana, estabas en casa, hablando con dos policías. Nos dijeron que ella había muerto en un accidente de tráfico, y que apenas habían podido rescatar su cuerpo. Nos interrogaron, y yo fui incapaz de decir nada de lo ocurrido, tenía miedo a que te encerraran, a quedarme sola, y sobre todo te tenía miedo a ti. Pensé que quizás podrías hacerme lo mismo que a mamá si declaraba en tu contra, por lo que alegué que eras completamente normal, y que era ella la que tenía problemas con el alcohol, la que descuidaba la casa. ¡Fui tan cobarde! Me arrepentí toda mi vida. Y encima, tenía que convivir contigo, acordándome cada día de aquello, sufriendo.
Sé, papá, que este será un secreto que me llevaré a la tumba, pues ahora ya no sirve de nada hablar. Así que, en estos momentos, lo único que puedo hacer es darte las gracias por tus cuidados infantiles y esperar que Dios te perdone por todo lo que nos hiciste. Ya lo único que me ata a ti es este imperdonable secreto, que nunca conseguiré borrar de mi memoria-.
Tras mis palabras, salgo de la habitación y abrazo a Silvia y Javier, mis padres. Y mientras recorro el pasillo hacia la salida, vuelvo el rostro para intentar escuchar una vez más, y a lo lejos, ese pip pip pip, que pese a todo, deseo oír.
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¡Puro hipertexto!
enero 10th, 2010 by alexand2
Nieve, nieve y más nieve. ¡Cuánto odio la nieve!
La respuesta de Irene me ha parecido, cuanto menos, extraña. Tengo de repente a mi hija, una hija que había perdido hace ya tiempo y a la que no esperaba encontrar, a una profesora supuestamente culpable de un asesinato y un bar con el terriblemente horrible nombre de sacacorchos. ¡Mi vida es de película!
Le cuento lo ocurrido a Lucas a medida que conduzco hasta el tugurio.
-Esto que me cuentas es impresionante, tio-.
-¿Impresionante? ¿Por qué? ¿Qué diablos tiene esto de impresionante?-.
-¡Que es puro hipertexto!-.
-¿Hiper qué? Anda, tío no me vengas con tonterías que estoy muy estresado-.
-¡Hipertexto! Cuando todo se enlaza y se enlaza, y todos estamos enlazados-
-¡Explícate, Lucas, que pareces un niño de tres años “enlaza vete que te enlaza”!-
-Anda mira que estás susceptible tú hoy. Lo que te quiero decir es que en internet, aparatejo que tú no controlas en absoluto, se nos ofrece la posibilidad de conectar numerosos objetos, informaciones, diseños, fotografías, imágenes, noticias, etc. que realmente no tienen demasiado que ver pero que posee un punto de conexión. Las vidas de la profesora, el fotógrafo, tu hija y tuyas se han entrelazado de una forma impresionante. ¿No te parece curioso?-
-¿Quieres decir que Dios existe?-
-¡No! ¿No me has estado escuchando? Existe el hipertexto-
-Lucas- le digo exasperado, -de verdad…- pero no puedo continuar porque llegamos a nuestro destino.
-Espera, ¿no es ese el fotógrafo?-
-Sí, ¿qué hace él aquí?-
-No tengo ni idea, pero esto es muy raro-
-Hipertexto, Javier, hipertexto-
-Que te calles, Lucas, ¡que te calles!-
-Se ha metido en el bar-
-Vamos a ver si hay puerta de atrás-
Ciertamente, la hay. Rodeada de cubos de basura oxidados y hedientos. Nos asomamos por la puerta. No hay nadie.
-Vamos, entremos-
En la barra del bar hayamos sentado a Marc.
-Esto es muy raro. Escondámonos a ver qué ocurre-
-¿Cómo crees que va a acabar esto, Javier?-
-No lo sé, por ahora es un final abierto-.
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¿Te suena el bar Sacacorchos?
enero 10th, 2010 by ilochi
Está nevando. Por la ventana de mi habitación veo los copos caer, imagino el frío roto del exterior y me acurruco entre las sábanas para no dejar escapar el calor de mi cuerpo y el suyo. Guillem ya se ha ido. He confiado en él, le he contado todo. Creí que debía decírselo, creí necesitar decírselo… Y así fue. Por suerte, se lo ha tomado mejor de lo que esperaba.
-Debió enterarse de que nos volvimos a encontrar y por eso, borracho de celos, ha decidido acabar con todo. La carta de Neruda, aquel hombre de aspecto desaliñado y feroz, el coche negro a la salida de la Facultad… lo planeó todo, y le salió mal.
-Irene, Toni ha fallado una vez, y de qué manera… pero no volverá a perder. Sobradamente sabes de lo que es capaz, y más si descubre que seguimos juntos pese a todo.
Las palabras de Guillem venían cargadas de razón. Tumbada sobre la cama, mi cabeza da vueltas sin parar, como tratando de hallar la solución a mis problemas en un mar de archivos confusos. De pronto suena el teléfono:
-Profesora Irene, ¿es usted?
-¿Javier? –respondo sorprendida.
-El mismo que viste y calza. Verá, la llamaba porque…
-Pero Javier, por favor, tutéeme.
-¡Oh! Sí, por supuesto. Verás, emm… ¿te suena el bar Sacacorchos?
Cómo si me acabaran de clavar una estaca ardiendo entre pecho y espalda, mi respuesta se reduce a silencio.
-¿Irene? ¿Sigues ahí? –pregunta extrañado.
-Emm… sí, sí, aquí estoy. Mira, Javier, te agradezco mucho la llamada, pero es que ahora mismo me pillas saliendo de casa y no tengo mucho tiempo, ya hablaremos. Adiós.
El Sacacorchos ¡Dios! ¡Cómo olvidar ese nombre! Cuantas noches he pasado a las puertas de ese tugurio esperando a Toni, que borracho saliera para marcharnos a casa. Pero, ¿por qué demonios el detective lo conoce? No me gusta nada todo esto… El Sacacorchos es vía directa con el fiambre, con Toni, y por supuesto, conmigo. No puedo permitirles atar cabos, llevarles hasta mí es un suicidio. Tengo que hablar con Toni, debemos de negociar, ese mal nacido me tiene que sacar de ésta. Si no quiere que le acuse de intento de homicidio, además de muchas otras cosas, tendrá que colaborar. Le echaremos toda la culpa al yonki. Él fue quien colocado hasta arriba, obsesionado desde la distancia conmigo, vino hasta mi despacho y al ver que no estaba y sentir que no me tendría jamás, se suicidó clavándose un abrecartas. Una historia muy gore, que ya todos imaginaban tratándose de él.
Marcando el número, decidida a darme cita con él, me estremezco. No sé si estoy haciendo lo correcto, sin embargo, no me queda otra, la cosa se está poniendo negra.
Un tono, dos tonos, tres tonos…
-¿Irene?
-Sí Toni, soy yo.
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Las dos mujeres de mi vida
enero 3rd, 2010 by alexand2
Silvia me llama apresurada.
-¡Nuestra hija! ¡Está aquí en mi casa!-
Cuesta imaginar que después de tanto tiempo una familia pueda llegar a reunirse.
No puede ser, me digo a mí mismo. Pero dejo el despacho, el cigarrillo aplastado sobre el cenicero.
-Luisa, si viene alguien, he salido por razones urgentes-
Mi secretaria está ya demasiado acostumbrada a mis “razones urgentes”.
El viejo mercedes parece no andar, me exaspero. -Rápido, más rápido- le animo impaciente.
Por fin, la casa de Silvia, en las afueras de la ciudad. Tiene todas las luces encendidas. Parece que me ha visto y me espera en la puerta de casa.
Sale corriendo a mi encuentro.
-¡Javier! ¡Todo este tiempo era ella!-
-¿Ella? ¿Quién?-
-¡Ana! ¡Ana!, la muchacha que llevamos a casa la otra tarde. La que me dio la fotografía. ¡La muchacha a la que asesinaron a su madre adoptiva!-
-¡Dios bendito!-
Entonces la veo aparecer en la puerta. Me siento un poco incómodo. Es extraño como la vida de la gente está tan ligada y apenas nos percatamos de ello.
-Hola Ana- la saludo, un poco tímido.
-Silvia- Ana la mira extrañada, -¿Qué está ocurriendo?-
Nos sentamos en el salón y se lo explicamos todo, detalle a detalle. Cómo nuestro amor al trabajo nos apartó de aquella maravillosa criatura que habíamos engendrado.
-Lo siento, lo sentimos- decía Silvia desconsolada con lágrimas en los ojos, -Éramos jóvenes y alocados. Pero luego, nunca nos lo hemos podido perdonar-.
Entonces el timbre de un móvil, esos dichosos aparatitos inoportunos, del móvil de Ana, la interrumpió.
Ella palideció al responder la llamada.
-¿Mi padre? ¿Está bien? Enseguida voy, ¿en qué hospital está? Iré lo antes posible-
Cuelga el teléfono y nos mira aterrada.
-Es mi padre, ha tenido un accidente de coche y está en el hospital-
-Madre mía, vamos, yo te acompaño-.
Silvia recoge sus cosas con rapidez. Salimos apresuradamente de la casa y ellas se meten en su coche.
-Seguiremos hablando cuando todo esto haya pasado, Javier-
Asiento con la cabeza y la veo marchar. Las dos mujeres de mi vida.
Sin embargo, el estupor me dura poco. Luisa, mi secretaria me llama.
-Javier, te necesitan el bar sacacorchos-
-¿Sacacorchos?-
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Ocho
diciembre 29th, 2009 by carplaes
Javi no tardó en llamarme para decirme lo que habían averiguado sobre el fiambre: se llamaba Ricardo Rodriguez, se trataba de un yonki ya conocido por la policía. Los análisis de los forenses decían que en el momento de su muerte debía de estar de cocaína hasta las cejas. Además tenía un largo historial delictivo, al parecer siempre estaba metido en algún lío por temas de droga.
– Van a cerrar el caso- me dice Javi. – A mis jefes no les interesa investigar quién mato a un yonki de poca monta. Dicen que es malgastar el dinero.
– En eso coincido con tus jefes. Pero, estarás de acuerdo conmigo que detrás de la muerte del yonki hay algo más. Sabes tan bien como yo que ese tipo pretendía matar a Irene a toda costa. Estoy seguro que Ricardo sería un mandado, tu mismo lo has dicho, siempre estaba metido en algún lío.
– Tienes razón, pero mis jefes no piensan lo mismo, dicen que se trata de un caso aislado, seguramente el tío iría tan ciego de coca que no sabría ni lo que hacía. De todas formas, te ayudaré con la investigación.
Después de nuestra conversación, Javi me dio toda la información relacionada con Ricardo Rodríguez. Por lo visto, este tipo no era ningún santo. En la documentación se hacia referencia al bar Sacacorchos, al parecer se trata de un tugurio que Ricardo solía frecuentar además de ser conocido por albergar a lo mejorcito de cada casa. Este sería un buen lugar donde empezar a investigar.
El bar sacacorchos se encontraba a las afueras de la ciudad. Los informes no mentían, sin duda se trataba de un verdadero antro de mala muerte. Las inmediaciones estaban repletas de prostitutas que ofrecían sus servicios a cualquiera que pasaba por ahí. A medida que me acercaba a la entrada del bar podía ver cómo los yonkis se metían mierda en su cuerpo. Junto a la entrada, sentado en el suelo apoyado en un coche había un tipo medio inconsciente con una jeringuilla colgando de su brazo.
Justo en la entrada del tugurio tropiezo con un tipo que salía con bastante prisa del bar. – gilipollas, a ver si miras por donde andas.- me grita, seguidamente el tipo sigue maldiciendo en voz baja, se pone una cazadora de cuero con un águila en la espalda, sube a una moto y se va derrapando. – Tengo que tener cuidado.- me digo a mí mismo.
Una vez dentro del bar, después de registrar todo el lugar con la mirada me dirijo a la barra, me siento en un taburete y pido una cerveza. Cuando el camarero me la sirve, haciéndome el tonto le pregunto:
– Oye, sabes si anda por aquí Ricardo Rodríguez, es un viejo amigo.
El camarero, me mira con cara de pocos amigos y me dice:- Amigo, Ricardo esta muerto, alguien le dio matarile hace unos días.-
– No puede ser.- le digo.- Hace unos día me llamo. Me dijo que estaba metido en un lío muy importante y que necesitaba mi ayuda. El mismo me cito aquí.
– Ricardo siempre estaba metido en algún lío, uno al final ya no sabía con quién tenía problemas ese chaval. Aunque si te interesa, últimamente siempre hablaba con Toni.
– ¿Está Toni aquí?- Pregunto.
– Justo se ha ido hace nada, tenía que ocuparse de unos asuntillos, ya sabes. Pero volverá más tarde. Le reconocerás fácilmente cuando llegue, lleva una cazadora de cuero con un águila en la espalda.
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El error de su vida
diciembre 28th, 2009 by amarge
No puedo dejar de pensar en todos los años que he tratado de defender a quien no era mi padre; los momentos de soledad que he pasado tras las puertas de una habitación vacía, colmada de recuerdos de una madre que tampoco me dio a luz. El abrazo de Silvia es tan intenso como las palabras de Javier, sus rostros denotan una combinación de tranquilidad, felicidad y sorpresa, y mi mente está tremendamente aturdida.
En el sofá de aquella casa de dos plantas, preciosa, sin duda, Silvia y Javier intentan explicarme todo lo sucedido:
Silvia era una adolescente responsable y dinámica que soñaba con convertirse en una gran periodista. Al entrar a la Universidad, su vida empezó a encaminarse por donde ella quería; los estudios le iban viento en popa y además, encontró alguien con quien compartir las frías noches de invierno en su piso de estudiantes. Cuando Silvia acabó la carrera, pronto empezó a buscar trabajo. Tras larga búsqueda, pudo emprender su carrera en un modesto periódico. En esos momentos, Silvia y Javier ya apenas se veían, cada uno tenía su vida y ellos sabían que no podían estar juntos. Aquello no había sido más que una aventura de adolescentes.
Sin embargo, el día que Silvia cumplió 25 años, Javier fue a su casa con un ramo de flores. Ella se alegró mucho de esa visita, pues hacía tiempo que no se veían. El vino y las interminables palabras que conformaban sus anécdotas pasadas y presentes, consiguieron que ambos compartieran las ganas que guardaban en su interior.
Dos meses después, Silvia advirtió signos de embarazo. Llamó a Javier, pero él estaba en otra ciudad, debido a su trabajo. Trascurridos tres meses, él fue a casa de Silvia, por segunda vez. Hablaron durante mucho tiempo e intentaron buscar una solución. Los dos vivían solos y muy volcados en su trabajo. Sabían que eran incompatibles, y que lo único que podían compartir más allá de una amistad era la cama. Al final, decidieron dar a aquella niña en adopción, y al poco de nacer, la llevaron al Orfanato Santa María.
Me llevaron allí. Al tiempo, una familia de la ciudad me adoptó. Cuando yo tenía unos diez años, todo empezó a ir mal en casa. Mi padre gritaba continuamente, y en ocasiones recurría a la violencia contra mi madre. Yo me encerraba en la habitación y me tapaba los oídos bajo la sábana. Aquellos insultos, aquellos golpes, se grabaron a fuego en mi mente. Y en mi corazón.
Un día, cansada de escuchar todo aquello, me escapé de casa, y corriendo me perdí. Pregunté a una mujer sobre el paradero de mi calle, y ella me llevó hasta casa. Al abrir, el débil cuerpo amoratado de mi madre me abrazó en silencio. Sin saber porqué, también la abrazó a ella. Esa mujer era Silvia, y desde entonces fueron inseparables.
Jamás Silvia esperaría que yo era la hija que dejó en aquel orfanato, el error más grande de su vida, pues se arrepintió siempre de haberlo hecho.
Todo esto ha sido una gran sorpresa, pero estoy más tranquila, ya que por fin sé lo que pasó y además, Silvia para mí siempre ha sido como una madre. Sin embargo, ni tan siquiera a ella le puedo contar mi terrible secreto…
Suena mi móvil, me avisan de que mi padre ha tenido un accidente y está en el hospital. Salgo corriendo. ¿Qué habrá pasado? ¿Otra vez el alcohol habrá sido su copiloto? Prefiero no pensar.
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Los años que quemamos juntos
diciembre 27th, 2009 by ilochi
Entre viejos recuerdos como Sultan of swing de Dire Straits, disfruto de mi espumoso baño e imagino cómo hubiera sido mi vida si no le hubiera conocido. Una vida segura, una vida corriente. Y después de tantos años de incansable lucha, me encuentro con esto. Un muerto a mis espaldas; mentiras, sospechas, acusaciones, dudas… remordimientos.
Toni era un buen chico cuando yo le conocí, tal vez un poco chulo, eso sí, pero me trataba bien, me quería. Nos queríamos. Éramos dos jóvenes alocados, sin demasiadas responsabilidades, con toda una vida por delante. “Todavía nos quedan muchos años por quemar”, solía decir. Nos encantaba ir los domingos al cine y sentarnos en la última fila para hacer manitas; recorríamos las calles con su Harley; fumábamos canutos y después nos hartábamos de comer torres de helado con chocolate caliente… Una tarde, Toni talló en el tronco de nuestra sequoia, un corazón con nuestros nombres y junto a ellos unos versos:
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”.
Le encantaba Neruda. Ese día me prometió amor eterno, y yo le creí.
Sin embargo las cosas no fueron tan bien como imaginábamos. Toni no encontraba trabajo y en su casa las cosas no iban bien, necesitaba dinero. Una noche, mientras paseábamos, un coche negro nos cerró el paso. De él salieron tres hombres de aspecto sospechoso. Se acercaron amenazantes y tras unas cuantas acusaciones e insultos, aquellos desconocidos le asestaron varios golpes que lo dejaron inconsciente. Impotente y aturdida en mitad de la noche, pedí auxilio desconsoladamente. Varios días después descubrí que Toni andaba metido en asuntos de tráfico de drogas.
Desde entonces, nuestra relación fue empeorando. Las mentiras me consumían y sus inexplicables idas y venidas nos estaban distanciando a paso agigantado. Mientras, yo empecé mis estudios en la universidad. Allí encontré todo lo que me faltaba: estabilidad, serenidad, responsabilidad… los libros me acogieron como viejos amigos, y no sólo ellos. Guillem, mi profesor, se convirtió en mi más íntimo amigo y consejero.
Una noche invité a Guillem a venir a mi casa. Por aquel entonces ya me había independizado y Toni y yo ya no estábamos juntos, aunque él se resistía a aceptarlo. Preparé una cena deliciosa, a la luz de las velas. Quería agradecerle todo lo que había hecho por mí.
Tras el pato polé con puré de boniato y crujiente de piña, el biscuit glasé de almendras tostadas, y las más de dos botellas de vino tinto español y champán francés; Guillem y yo acabamos tumbados en el sofá del salón, besándonos. Besándonos bruscamente, salvajes, como si soltar al otro fuera perderle para siempre. Una prenda, otra… la cosa siguió hasta que absortos en nuestra lucha pasional, Toni, haciendo uso indecente de su juego de llaves, interrumpió nuestro momento colocado hasta las cejas de toda esa mierda con la que trafica. Insultos, gritos, golpes… Toni nos martirizó a los dos hasta saciar su incontrolable rabia.
Tras aquel incidente, Toni volvió para pedirme perdón. Y le perdoné. Me alejé de Guillem, lo hice por nosotros -más por él que por mí-. Toni y yo volvimos a vivir juntos. Yo seguí con mis estudios, ahora a distancia. Me licencié. Él no vino a mi graduación, detestaba que hiciera cosas fuera de casa. –No sirves para nada- solía repetirme. Nunca lo reconoció pero seguía metido en las drogas. Llegaba a casa colocado. Yo no encontraba trabajo de lo mío. Me sentía inútil.
Al cabo de los años reuní valor y me separé definitivamente. Me acosaba, pero nunca cruzaba esa línea que hace falta para que la justicia lo apresara. Intenté rehacer mi vida. Hice el doctorado -de nuevo los estudios me acogían en esos momentos de flaqueza-. Cambié de ciudad y conseguí entrar en la universidad para cubrir una baja maternal. Al tiempo me hicieron fija. Pero nunca dejé de saber de él.
Hace unos meses me ocurrió algo totalmente inesperado. Andaba de camino a casa, cuando al pasar frente a una librería pensé en entrar. Una vez allí la persona que menos esperaba vino a mi encuentro: Guillem. Pasamos la tarde juntos y también la noche.
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Siete
diciembre 24th, 2009 by carplaes
Parece ser que no soy el único al que la foto le trae recuerdos. A Javier también parece afectarle ver la foto de la niña en el parque. Resulta curioso ver como una foto tomada por casualidad cierto día, interconecte a personas sin ningún tipo de vínculo y que otra foto, la de la agresión en la cafetería nos vuelva a conectar, en esta ocasión, para investigar un asesinato.
Los forenses se acaban de ir junto con el cuerpo y una caja llena de posibles pruebas para analizar en sus laboratorios. Aquí en la universidad poco puedo hacer. Me despido de Javier.- Estaremos en contacto.- le digo. Se despide de mi sin hacerme demasiado caso, sigue absorto en la imagen de la niña en el parque junta a una mujer, creo que se llama Silvia.
Una vez en casa me encierro en el laboratorio. Mientras revelo el carrete de las fotos del crimen de la universidad, en la oscuridad y tranquilidad que me ofrece el laboratorio. Mi cabeza no para de dar vueltas a las pistas y las posibles hipótesis para saber cual es el siguiente paso que debo dar en la investigación.
Por una lado tenemos a un tipo muerto con un abrecartas clavado en su estomago. El fiambre se encontraba muerto justo en el despacho de la mujer a la que intento agredir justo el día de antes. Irene L. Chiralt, sin duda tiene algo que ver en esto. Pero lo que me inquieta es la carta con el poema de Neruda y la torpeza con el que el fiambre intento agredir a Irene en la cafetería. ¿Quién intenta cometer un asesinato a plena luz del día en una cafetería repleta de gente? Por otro lado, ¿Por qué quería ver muerta a esa profesora de universidad? ¿Tal era la necesidad de matarla que nada más escapar de la policía tenía que volver para intentar asesinarla?
El siguiente paso es investigar al fiambre, ¿quién era? ¿Cuál era su relación con Irene? ¿Por qué la quería ver muerta? Seguro que Javi estará de acuerdo en ayudarme.
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Puñales afilados
diciembre 19th, 2009 by amarge
Aquella noche, cuando llegé a casa no pude más. Mi padre advirtió las silencionsas lágrimas, servidas continuamente sobre el plato de la cena, que lloraban mis ojos, y no dudó en preguntar acerca de mi estado. No pude contener los numerosos interrogantes que me atormentaban ni un minuto más dentro de mi mente, así que, casi por impulso involuntario, mis labios los convirtieron en palabras tajantes.
-He encontrado esto en tu caja fuerte –digo mientras saco la ficha del Orfanato Santa María del bolsillo-
-Pero…pero…¿quién te ha dado permiso para urgar entre mis cosas? –y se levanta violentamente-
-Ha sido sin querer, pero explícame qué es esto por favor papá -digo atemorizada-
-¡Eres una cotilla! Como vuelvas a acercarte a mi despacho…-y levanta la mano con actitud amenazante-
En ese momento, salgo corriendo de mi casa mientras escucho sus dolorosos gritos de fondo. Necesito escapar de esta locura, huir lejos, él no conseguirá tratarme como a mi madre, no,no lo permitiré jamás; ya bastante me arrebataron esos gritos que se clavan como afilados puñales en el alma. Llego al parque San Sebastián: recuerdos de infancia, esa época en la que era feliz, el único momento de mi vida en que lo he sido. Me viene la foto de aquella niña a la memoria, la que encontré aquí mismo entre las hojas, esa que siempre he sabido que soy yo.
Esta noche no puedo volver a casa, tengo mucho miedo. Así que decido andar hasta casa de Silvia, ella me ayudará. Al llegar allí, llamo a la puerta varias veces, ella me abre y se asusta:
-¿Qué pasa Ana? ¿Qué haces aquí a estas horas?
-Tengo que hablar contigo, Silvia –digo despacio- Se ha puesto muy violento esta noche, tengo mucho miedo
-No puede ser, no puede ser cariño-me abraza- ¿qué ha pasado?
-Hace unos días encontré esto en su caja fuerte -le enseño la ficha- y hoy le he preguntado por ello. Pero se ha puesto a gritar, diciendo que cómo me atrevo a mirar sus cosas.
-¡Dios! no podemos dejar que esto se repita, Ana. Ya bastante sufrió tu madre con él, tú lo sabes, ahora no la puede tomar contigo –dice Silvia-
-Yo pensé que después de lo de mamá cambiaría, y todo este tiempo conmigo ha estado bien, callado, sumido en sus cosas, pero no violento –digo más tranquila-
-Sí, pero… -en ese momento mira la ficha del orfanato- ¡no puede ser! –rompe a llorar-
-¿Qué ocurre Silvia? –pregunto nerviosa-
-Debo hacer una llamada –y se va a otra habitación-
Sin embargo, no puedo evitar acercarme a escuchar su conversación telefónica:
-¡Javier, es ella, nuestra hija está en casa! –dice Silvia con la mano en el pecho, como intentando calmar los acelerados latidos de su corazón –¡Ven ya, rápido!-
Sus palabras resuenan en mí como hielos mezclados en vasos cristalinos. ¿Silvia y Javier son mis padres? No, no es posible.
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