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Huir para regresar distinta

diciembre 8th, 2009 by ilochi

Blanca, fría, atónita… Blanco, frío, sangrante… Una estampa al más puro estilo Tarantino. Y mi mente habita congelada en mi cuerpo, que parece esculpido en piedra. Por fin parpadeo. Mis manos, cubiertas por los guantes ensangrentados. Suerte no habérmelos quitado, pues ahora no hay huellas que borrar. Un momento, ya consigo discurrir. Puede que me cueste digerir, pero he de empezar a tragar o no habrá vuelta atrás.

A lo lejos, cortando el silencio, oigo pasos que se acercan.

-¿Hola? ¿Hola?… ¿Va todo bien?

¡Dios! Es Alfonso, el empleado de mantenimiento. Debe de haber escuchado algo, el forcejeo, los gritos… no sé. Pero ¡tengo que salir de aquí! Miro a mi alrededor. Tras los cristales semi opacos de la puerta, veo su vieja figura acercándose con dificultad. Mi cabeza: de un lado a otro. ¡No tengo escapatoria! Doy un paso atrás… Y sin querer, tropiezo con la estantería que tengo tras de mí. Varios archivadores me caen encima, provocando un tremendo ruido.

-¡Au! – me quejo.

-Pero… ¡qué demonios…! ¿Qué pasa? ¿Quién anda ahí? –Alfonso ya está en la puerta, se apresura a abrir torpemente. Pero, la puerta se ha quedado atrancada, está vieja y oxidada. Insiste. Alfonso no para de voltear el pomo con vigor. El corazón me palpita más rápido. Dejo de clavar la mirada en la puerta. Me duele la cabeza del golpe. Pero, tengo que actuar. No puedo quedarme aquí. Y de repente, oigo cómo aporrea la puerta. Miro de nuevo hacia ella. ¡Oh no! Quizá me está viendo, está viendo mi silueta.

-¡Oiga! ¡Abra la puerta! ¡Abra en seguida!… Maldita sea, ¡ábrame la puerta!

Mordiéndome los labios por tensión, a punto de sangrar, miro hacia la ventana. Está lloviendo. Y entonces veo mi escapatoria: ¡La escalera de incendios! Casi sin aliento, ya estoy fuera. Bajo a toda prisa.

-¡Hombre muerto! ¡Hombre muerto! –oigo la pasmada voz de Alfonso retumbar en mi despacho. Y por la ventana, Alfonso que grita:

-¡Deténgase! ¡Auxilio! ¡Deténgase!

Pero tras su voz, no hay pasos que me persigan, y cada vez le oigo más lejano. Demasiado mayor para salir corriendo. Mis pasos suenan impetuosos sobre aquella intrincada escalera metálica. Los gritos de Alfonso no parecen haber causado efecto, pues no veo nadie que intente detenerme, de hecho creo que nadie me ha visto, ni siquiera el propio Alfonso. La escalera de incendios da a una especie de callejón sin salida, sin ventanas indiscretas. Una vez bajo, me escondo tras la cornisa del primer piso. Parada me percato de que hay varios contenedores delante de mí. Cojo una bolsa vacía que encuentro y la utilizo para meter la chaqueta y los guantes manchados. Miro el reloj. Hoy he llegado temprano a clase, además, no he venido en bici, ayer no pude recogerla, la ambulancia me llevó al hospital y de ahí cogí un taxi hasta mi casa. Así que, disimuladamente me incorporo a la calle principal y me confundo entre la multitud. Pero de entre todo lo que veo, llama mi atención un coche negro que hay parado frente a la Facultad. Los cristales son ahumados, no veo quién lo conduce, pero inexplicablemente tras mirarlo fijamente, se pone en marcha. Y despacio, pasa junto a mí y poco a poco va desapareciendo entre el tráfico.

Cambiada de ropa y de gesto, vuelvo a la Universidad dispuesta a enfrentarme a la cruda realidad, a mi nueva realidad, pero desde otro prisma, viviré mi realidad como un personaje distinto. Voy a fingir ser quién no soy. Haré lo que explico a mis alumnos que se hace en el mundo virtual –hiperficción, second life, o incluso el chat- crearé otro Yo. Mi otro yo: Se ha despertado esta mañana muy conmocionada todavía por lo sucedido en la cafetería. Ha llegado tarde a clase porque se ha dormido a causa de los fuertes tranquilizantes que le administraron ayer noche. Y al llegar, se ha encontrado con un montón de policía y multitud de periodistas que la bombardean a preguntas  en la entrada. Dos policías se le acercan:

-¿Es usted la profesora Irene Chiralt?

-Sí, soy yo, ¿qué sucede agentes?

-Por favor acompáñenos.

Las clases se han suspendido. Los dos policías llevan a la señorita al despacho del decano Landow, donde él y varias personas más la esperan.

-¡Oh! Por fin señorita Chiralt –con los brazos abiertos- estábamos preocupados por usted. Hemos llamado a su casa y nadie contestaba. ¿Está bien?

Aturdida, la señorita Irene asegura no haber oído el teléfono.

-Quizás ya no estaba, o simplemente no lo he oído. Todavía estoy un poco confundida por los tranquilizantes que me suministraron anoche.

De un momento a otro los policías pasarán a tomarle declaración. Mientras tanto, el hombre que ayer le salvó la vida, aparece en escena. La saluda y con una seductora sonrisa, Irene le responde. Por cierto, es detective y parece que le gusta.

Posted in General | | | 1 Comments


One Response to ' Huir para regresar distinta '

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  1.   Silsade Silvia said,

    on diciembre 10th, 2009 at 17:38 pm

    Chicos, le he estado echando un ojo a vuestras historias y, sin duda, es el blog más creativo de todos y probablemente el que más cuidado esté. Me gusta! Buen trabajo.

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