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Nunca quisimos haberlo hecho

diciembre 16th, 2009 by alexand2

Angustiado, intento evadirme.
-La tomé yo- me dice Marc, el excéntrico fotógrafo, -hace quince años, en el parque de San Sebastián-. Y enmudece. Enmudezco yo a la vez. Él parece evadirse a una dimensión contigua, lejana. Yo no sé dónde desaparecer.
Aparece Silvia. ¡Silvia!
Me mira, me lo nota en los ojos: -¿Qué ocurre?-
-Ya sé quién tomó la foto-
-¿Quién?-
Le señalo a Marc, -él-.
Me mira suplicante, -¿dónde? ¿dónde la tomó?-
-En esta misma ciudad, en el parque de San Sebastión, hace quince años-
-Justo, ella entonces tenía cinco-
-Nuestra hija tenía apenas cinco años de edad, sí-
Y no puede contener las lagrimas.
A lo lejos oigo al loco del Sr. Landow exclamando con disparatada locura: -¡Stallman! ¡ese hombre de cabellera larga! ¡Detrás del software libre, los va a hundir a todos!-
Dejo de escucharle, ciertamente está rematadamente loco. Miro fijamente a los ojos a Silvia.
-Ha estado en esta ciudad todo el tiempo y no tú ni yo lo sabíamos-.
Entonces ella me abraza desconsolada, -me arrepiento tanto de haber hecho lo que hicimos-.
-No tuvimos más remedio, Silvia, tuvimos que darla en adopción-.

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Seis

diciembre 16th, 2009 by carplaes

No lo podía creer. Cuando Javier, el detective, me enseño la foto que días antes había perdido mi amigo Alberto, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Al ver la imagen, algo se revolvió en mi cabeza, mis neuronas empezaron a chocar entre sí como si miles de enlaces empezaran a cruzarse buscando un documento concreto, uno olvidado. De pronto mi mente abandonó mi cuerpo dejando atrás la escena del crimen y transportándome quince años atrás, justo al día en que tomé esa foto.

Era 15 de junio de 1994. Llevaba aproximadamente dos semanas sin pasar por casa. El periódico para el que trabajaba me había puesto a investigar los asuntos turbios de un político corrupto. La investigación era delicada, no podíamos cagarla ni pasar por alto el más mínimo detalle. Toda mi concentración durante las últimas semanas estaba en el maldito reportaje. Finalmente, esa mañana de junio habíamos conseguido cerrar por completo el reportaje. Los tres últimos días habían sido agotadores, muchos litros de café, muchos paquetes de tabaco y muchas horas de sueño acumuladas, pero ya  todo estaba bien atado y Jaime, mi editor, no puso ninguna pega para publicarlo. El resto del día me lo tomé libre, el plan era  ir a casa, abrazar a Karen, estar con ella y descansar.

Cuando llegué a casa, ahí estaba Karen, en su estudio, pintando un cuadro. Ella solía pintar cuadros por encargo, la verdad es que era muy buena. Karen había estado hurgando entre las fotos de archivo personal y había cogido una foto en la que salíamos nosotros para pintar un cuadro. El cuadro aún estaba a medías, ella quería terminarlo, pero la hice desistir para que fuéramos a dar una vuelta por la ciudad, como cuando nos conocimos, ella, yo y mi cámara.

Fuimos a pasear por un parque cercano a casa, nos gustaba mucho ese parque, ahí fue donde nos conocimos y donde nos dimos nuestro primer beso. Mientras paseábamos, vi a una niña jugando, no sé lo que fue, pero instintivamente saqué la cámara y tomé una imagen de la niña. Esa fue la única foto que tome ese día. Después de eso, comimos en un restaurante italiano que nos gustaba. Cuando éramos más jóvenes solíamos ir más a menudo, pero últimamente, con el trabajo casi nunca salimos juntos. Finalmente regresamos a casa, tuvimos sexo y dormimos.

Conseguir publicar un importante reportaje, regresar temprano a casa, que allí te espere la persona a la que amas, pasar el día y terminarlo con ella… Eso habría sido un día perfecto.

Cuando desperté, Karen no estaba, sobre su mesita de noche había una carta. En ella me decía que me abandonaba. Decía que me quería pero que no podía soportar más que prestara tanta atención al trabajo y que ella sólo existiera cuando terminaba los reportajes de investigación. También decía que esta decisión la había tomado hacía mucho tiempo, sólo quería esperar para darme un último día feliz, una despedida.

Desde ese día dejé de trabajar para el periodismo. Solo, con mi cámara, la foto de una niña desconocida y un cuadro a medio pintar, reflejo de lo que fue nuestra relación.

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Sospechosa

diciembre 13th, 2009 by ilochi

Son las 10:35 de la mañana, la tensión se respira a cada paso que doy. En el despacho del decano estamos todos los profesores de mi despacho: el Sr. Fausto, el Sr. Rosendo, el Sr. Francisco, la Sra. Dolores y yo; cuando dos policías vestidos de paisanos llegan.

-Señores, ahora si me permiten vamos a tratar de ir pasando a la habitación contigua para que podamos hacerles a cada uno de ustedes unas preguntas.

¿Preguntas? Sé que es lo normal en estos casos –aunque creo que guardaba la ingenua esperanza de no escuchar decir esa palabra-, igual que sé que es mi testimonio el que de entre todos más interesa. De hecho, ya hace rato que me he percatado de que soy el centro de atención. Miradas, gestos… incluso he escuchado mi nombre entre susurros en más de una conversación a mi alrededor. ¡Malditos chismosos! Todavía nadie –más que el Sr. Landow- ha tenido el detalle de preguntar qué tal me encuentro. Nadie de la Universidad, porque Javier –así es cómo se llama- sí lo ha hecho. Será por eso que me ha arrancado una sonrisa…

Sentada frente a una mesa ahora vacía, uno de los policías, el de rostro más rudo y oscuro, se inclina hacia mí apoyándose con los brazos en la mesa para decirme:

-¿Dónde se encontraba usted entre las 8 y las 9:30 de esta mañana?

-En casa. He dormido más de la cuenta. Los tranquilizantes me dejaron K.O. Ya he dicho que ayer sufrí un intento de agresión y me suministraron una alta dosis.

-Retomado esa cuestión… ¿no le parece mucha casualidad que ayer este hombre quisiera matarla y hoy sea él el fiambre? –Ironiza.

-Pues no sé… quizá sí… pero, ¿no ve que la única víctima de todo esto soy yo? –replico indignada.

Y resoplando cual asno viejo me responde:

-Sin embargo no es usted la que anda cubierta por una lona negra, señorita Irene.

Definitivamente éste parece hacer el rol de poli malo.

-Pero… pero…

Grabada a fuego llevo en la mente la imagen del cadáver sangriento. Pero no puedo flaquear, no, no puedo darles esa ventaja:

-¡¿Cómo se atreve?! -replico.

-Mejor será que colabore, profesora, sólo queremos que nos ayude a resolver lo sucedido –por fin llega: el policía más joven y apuesto interviene para echarme un cable.

-¡Pues dejen de tratarme como si fuera una delincuente! –utilizo un tono en simbiosis entre la ofensa y la pena.

-¿Conocía usted a su agresor?

-No, no lo había visto en mi vida.

-¿Está segura de que no se habían visto en ninguna otra ocasión? Piense bien lo que va decir, mire que de su respuesta dependen muchas cosas… -insiste.

-Estoy completamente segura. Sólo he visto a este hombre una vez en mi vida y fue ayer.

Temple y firmeza, es todo lo que me hace falta para salir airosa de aquí.

-Por lo que no sabe por qué intento agredirla, ¿no es así?

Con la cabeza gacha, asiento con un gesto.

-Y aunque de momento no se han encontrado huellas… Sabrá que el crimen se ha cometido con un abrecartas y que la teoría de la policía es que fue en defensa propia.

-Sí, lo sé- respondo ahora sí con la cabeza erguida.

-Pues sepa también que entre ese y muchos otros atenuantes como el arrepentimiento, la pena puede quedar en nada.

-Pero… ¿qué pretenden insinuar, agentes? –más alterada.

-Señorita Irene –con el tono de voz todavía más grave dice el poli duro- que por el momento es usted nuestra principal sospechosa.

-¡¿Cómo?!

Y tras varias incómodas preguntas más, me despiden: “estaremos en contacto y si recuerda algo más, ya sabe dónde encontrarnos”.

Mañana se reanudan las clases y al salir del despacho, no paro de pensar en lo que va a suceder a partir de ahora. Si todo el mundo habla a mis espaldas, si la policía me sigue la pista… y aún peor, si los que intentaron matarme no lo han conseguido… ¿Qué va a pasar ahora? A mis alumnos he de plantearles una nueva práctica laboriosa, que va a requerir mucho tiempo y que sin duda va a tener muchísimo peso en la asignatura. Van a tener que elaborar una hipotética empresa dedicada a la producción de proyectos multimedia en la RED, integrando los servicios necesarios y aportando soluciones que configuren, en la RED, los mejores entornos para las formas de vivir y trabajar, que se dan y se darán, en el seno de la sociedad de la interactividad y del conocimiento. ¿Cómo terminará mi nuevo proyecto personal?

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¿Hiperficción?

diciembre 12th, 2009 by amarge

El frío y la tensión congelan mis manos a cada paso, mis ojos prestan atención a los árboles de esta calle y mis labios no dejan de repetirme lo tonta que soy, lo tonta que fui. La puerta de la facultad está terriblemente franqueada por un incontable número de personas nerviosas, de esas que hablan por hablar, de esas que te interrogan, de esas que te critican, de esas que odio con todas mis fuerzas.
Sin darme cuenta de si mi cuerpo daña o molesta a alguno de esos histéricos caprichosos sedientos de sangre, consigo romper la barrera que me separa de la realidad. Inconscientemente, subo al despacho donde no hace mucho volví a recordar que en un momento de mi vida estuve a punto de volverme loca, al lugar que me hizo volver a sentir que en breve la locura se apoderaría de mí. Aquello es peor que una de esas películas americanas de crímenes sin resolver en las que el malo, tras darse por muerto, abre predeciblemente los ojos y persigue a la chica, cuchillo en mano, con intenciones poco dudosas.
Pero esto, por desgracia, no es una hiperficción. Es la cruda realidad: el muerto está ahí tirado y nunca más abrirá sus ojos, el abrecartas que se hundió en su cuerpo sigue presente, y también presente en mi memoria los golpes psicológicos que se llevaron de un plumazo la vida de mi madre, que me la arrebataron delante de mis ojos nublados de lágrimas.
Los policías están hablando con el Sr. Landow, el decano. Ese hombre es tan fantástico que me reconforta escuchar su voz a lo lejos, hablando de su mundo particular. Siempre es fascinante. ¡Ojala yo fuera como él y pudiera vivir en una fantasía de la que despertara cuando quisiera! Pero no es posible. O quizás sí. Saco de mi bolsillo esa ficha del Orfanato Santa María con la foto del bebe. La miro detenidamente… ¿y si mis sospechas fueran ciertas y esta niña fuera yo? Sería como despertar de repente de una realidad en la que siempre he vivido y darme cuenta de que soy otra persona. La historia de mis padres me destrozó por completo. Y ahora ya no sé ni siquiera si son mis padres biológicos.
Pasado un tiempo, veo a Irene llegar por las escaleras. Aparenta no saber nada del crimen, parece que no va a inculparse, y yo tampoco diré nada de lo que vi. A fin de cuentas, no es la primera vez que decido callar ante una muerte. Sigo observándolo todo desde una esquina, donde casi nadie me ve, sólo el Sr. Landow, que no hablará de mi presencia. Suena mi móvil.

-Ana, ¿qué demonios ha pasado en la facultad? –dice Silvia-
-Parece que ha habido un asesinato en el despacho de mi profesora Irene, la de la cafetería.
-¡Dios mío! Llegaré en breve, debo intentar enterarme de lo que pasa –dice nerviosa-
-Esto está lleno de gente, entre ellos tu amigo Javier. –le informo-
-Bien, bien…estoy llegando.

Esto se está complicando mucho, tengo miedo. Miro a Javier y lo encuentro con una foto en la mano, la reconozco, es la foto que le di. Con todo lo que ha pasado lo había olvidado…

bebe_antiguo

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Misterio y mémex

diciembre 11th, 2009 by alexand2

Acompañado del Sr. Landow, del fotógrafo y del resto de policías llego al lugar del crimen. El cadáver está tapado con una lona negra. Los profesores que comparten el despacho dicen no haber visto nada, no había ninguno allí en el momento en que ocurrió el hecho.
Inspecciono cuidadosamente la habitación. Muchos papeles, varios ordenadores y un dibujo extraño colgado de la pared, parece un aparejo con muchos brazos.
-¿Qué es esto?- pregunto.
A lo que el Sr. Fausto responde: -Es una representación abstracta del mémex, realizada por una antigua y muy querida alumna-.
-Perdóneme, ¿mémex?-.
-Es un aparato que inventó el ingeniero Vannevar Bush a mediados del siglo 19, destinado a recopilar información almacenada a gran velocidad-.
-Entiendo-.
-Podríamos decir que este invento fue el precursor de la “world wide web”-.
Frunzo el ceño, me interesa poco la red, lo mío son los crímenes y asesinatos, la sangre, vamos. Hablando de sangre, aquí hay, y mucha. Por lo visto, el asesinato se cometió con arma blanca.
-Con un abrecartas- me dice el agente Gustavo, enseñándome la bolsita en la cual lo han depositado.
-¿Han interrogado ya a los profesores de la facultad?-
-Sí-.
-¿Todos tienen coartada?-
-Sí-.
-Pero, Mr. Javier- exclama el decano Landow, -si este maniático atacó a alguien, que seguramente lo hizo, aquella persona que se vio atacada lo mató en defensa propia. Eso no es un crimen, ¿o yes?-.
-Actualmente, Sr. Landow, y hasta que no cambien las leyes, algo tan sensato como usted ha comentado es un crimen, penado con tres años de cárcel-.
-¡Impossible!- exclama el decano en su lengua natal.
-Pero ocurre, Sr. Landow, ocurre-.
El anciano que examina el despacho me llama la atención. Tiene una cámara potente y la pido que haga fotos al lugar del crimen. Tiene cara de avispado, igual ya las ha tomado. Sin embargo, el hombre acepta y se pone manos a la obra. Entonces recuerdo la fotografía de la niña, aquella que Silvia me confío. La llevo en la cartera y la saco. No creo que este hombre pueda darme alguna pista, pero nunca se sabe, cosas más extrañas se han visto.
-Perdone, ¿Marc se llamaba?- Él asiente con la cabeza, -¿no conocerá usted esta foto, por casualidad?-.
Entonces se le iluminan los ojos.
-Sí, claro-.
-¿Y al que la tomó?-
Y vuelve a asentir con la cabeza.

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Huir para regresar distinta

diciembre 8th, 2009 by ilochi

Blanca, fría, atónita… Blanco, frío, sangrante… Una estampa al más puro estilo Tarantino. Y mi mente habita congelada en mi cuerpo, que parece esculpido en piedra. Por fin parpadeo. Mis manos, cubiertas por los guantes ensangrentados. Suerte no habérmelos quitado, pues ahora no hay huellas que borrar. Un momento, ya consigo discurrir. Puede que me cueste digerir, pero he de empezar a tragar o no habrá vuelta atrás.

A lo lejos, cortando el silencio, oigo pasos que se acercan.

-¿Hola? ¿Hola?… ¿Va todo bien?

¡Dios! Es Alfonso, el empleado de mantenimiento. Debe de haber escuchado algo, el forcejeo, los gritos… no sé. Pero ¡tengo que salir de aquí! Miro a mi alrededor. Tras los cristales semi opacos de la puerta, veo su vieja figura acercándose con dificultad. Mi cabeza: de un lado a otro. ¡No tengo escapatoria! Doy un paso atrás… Y sin querer, tropiezo con la estantería que tengo tras de mí. Varios archivadores me caen encima, provocando un tremendo ruido.

-¡Au! – me quejo.

-Pero… ¡qué demonios…! ¿Qué pasa? ¿Quién anda ahí? –Alfonso ya está en la puerta, se apresura a abrir torpemente. Pero, la puerta se ha quedado atrancada, está vieja y oxidada. Insiste. Alfonso no para de voltear el pomo con vigor. El corazón me palpita más rápido. Dejo de clavar la mirada en la puerta. Me duele la cabeza del golpe. Pero, tengo que actuar. No puedo quedarme aquí. Y de repente, oigo cómo aporrea la puerta. Miro de nuevo hacia ella. ¡Oh no! Quizá me está viendo, está viendo mi silueta.

-¡Oiga! ¡Abra la puerta! ¡Abra en seguida!… Maldita sea, ¡ábrame la puerta!

Mordiéndome los labios por tensión, a punto de sangrar, miro hacia la ventana. Está lloviendo. Y entonces veo mi escapatoria: ¡La escalera de incendios! Casi sin aliento, ya estoy fuera. Bajo a toda prisa.

-¡Hombre muerto! ¡Hombre muerto! –oigo la pasmada voz de Alfonso retumbar en mi despacho. Y por la ventana, Alfonso que grita:

-¡Deténgase! ¡Auxilio! ¡Deténgase!

Pero tras su voz, no hay pasos que me persigan, y cada vez le oigo más lejano. Demasiado mayor para salir corriendo. Mis pasos suenan impetuosos sobre aquella intrincada escalera metálica. Los gritos de Alfonso no parecen haber causado efecto, pues no veo nadie que intente detenerme, de hecho creo que nadie me ha visto, ni siquiera el propio Alfonso. La escalera de incendios da a una especie de callejón sin salida, sin ventanas indiscretas. Una vez bajo, me escondo tras la cornisa del primer piso. Parada me percato de que hay varios contenedores delante de mí. Cojo una bolsa vacía que encuentro y la utilizo para meter la chaqueta y los guantes manchados. Miro el reloj. Hoy he llegado temprano a clase, además, no he venido en bici, ayer no pude recogerla, la ambulancia me llevó al hospital y de ahí cogí un taxi hasta mi casa. Así que, disimuladamente me incorporo a la calle principal y me confundo entre la multitud. Pero de entre todo lo que veo, llama mi atención un coche negro que hay parado frente a la Facultad. Los cristales son ahumados, no veo quién lo conduce, pero inexplicablemente tras mirarlo fijamente, se pone en marcha. Y despacio, pasa junto a mí y poco a poco va desapareciendo entre el tráfico.

Cambiada de ropa y de gesto, vuelvo a la Universidad dispuesta a enfrentarme a la cruda realidad, a mi nueva realidad, pero desde otro prisma, viviré mi realidad como un personaje distinto. Voy a fingir ser quién no soy. Haré lo que explico a mis alumnos que se hace en el mundo virtual –hiperficción, second life, o incluso el chat- crearé otro Yo. Mi otro yo: Se ha despertado esta mañana muy conmocionada todavía por lo sucedido en la cafetería. Ha llegado tarde a clase porque se ha dormido a causa de los fuertes tranquilizantes que le administraron ayer noche. Y al llegar, se ha encontrado con un montón de policía y multitud de periodistas que la bombardean a preguntas  en la entrada. Dos policías se le acercan:

-¿Es usted la profesora Irene Chiralt?

-Sí, soy yo, ¿qué sucede agentes?

-Por favor acompáñenos.

Las clases se han suspendido. Los dos policías llevan a la señorita al despacho del decano Landow, donde él y varias personas más la esperan.

-¡Oh! Por fin señorita Chiralt –con los brazos abiertos- estábamos preocupados por usted. Hemos llamado a su casa y nadie contestaba. ¿Está bien?

Aturdida, la señorita Irene asegura no haber oído el teléfono.

-Quizás ya no estaba, o simplemente no lo he oído. Todavía estoy un poco confundida por los tranquilizantes que me suministraron anoche.

De un momento a otro los policías pasarán a tomarle declaración. Mientras tanto, el hombre que ayer le salvó la vida, aparece en escena. La saluda y con una seductora sonrisa, Irene le responde. Por cierto, es detective y parece que le gusta.

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Cinco

diciembre 7th, 2009 by carplaes

Han pasado unas cuantas horas desde que Jaime, mi antiguo editor, se enterara del crimen de la universidad y consiguiera avisarme. Al parecer hoy debe de haber mucho lío en la ciudad, En la calle de la facultad solo veo dos coches patrulla de la policía local. No se porqué, pero aún no han llegado ni los forenses ni los detectives.

Entro en la facultad, subo al tercer piso por las escaleras y ahí ya están todos los medios de comunicación, y a juzgar por el alboroto están cabreados porque la policía local no les deja pasar hasta la escena del crimen. – Tiene que haber otra manera de entrar.- me digo a mi mismo.-Siempre hay otro camino.- Si no me falla la memoria, creo recordar que al otro lado del edificio hay una escalera de incendios y seguro que no estará vigilada, los agentes ya tienen bastante con contener a la multitud de periodistas y curiosos.

Rápidamente subo por la escalera de incendios hasta el tercer piso. Con cuidado abro la puerta de emergencias y sigilosamente, como un gato, entro dentro del edificio. Nadie se ha percatado de mi presencia. He de encontrar pronto la escena del crimen, no creo que la caballería tarde en llegar y no es conveniente que me vean husmeando por aquí.

La policía local se ha encargado de facilitarme la labor de búsqueda. La cinta de precinto sobre la puerta me señala el lugar exacto, como si fueran las luces de neón de los prostíbulos. Con delicadeza despego el precinto y me adentro en el despacho. En la puerta hay una placa y juzgar por lo que brilla parece ser nueva “Irene L. Chiralt”.- mmm ese nombre me suena.- susurro.

Una vez dentro, lo primero que veo es, en el suelo, el cuerpo sin vida del atracador de la cafetería. Tiene un abrecartas clavado en el estomago. -¿Quién mata con un abrecartas? Me pregunto a mi mismo en voz baja.  El cuerpo esta rodeado por un charco de sangre y el despacho está lleno de salpicaduras que dibujan una especie de macabra obra de arte abstracto. Sin duda a mi amigo Alberto le gustaría ver esto.

No puedo perder el tiempo. Ajusto la velocidad y el diafragma y empiezo a hacer fotos de toda la escena. Intento no perderme ningún detalle. Cuando pensaba que ya había terminado veo en el suelo, al lado de una mesa, un sobre sin nada escrito y a su lado una hoja de papel con unos versos escritos. – Esto lo he leído antes.- digo en voz baja. Los versos pertenecen a un poema de Pablo Neruda. Apresuradamente saco mi libreta y copio los versos. Tengo una corazonada pero esto tiene que ver con el homicidio.

Es hora de salir de aquí por donde he venido y volver donde los policías locales. Tal vez cuando lleguen los refuerzos pueda conseguir algo más de información. Pero de todas formas apostaría cualquier cosa a que existe algún tipo de relación sentimental entre el fiambre y el agresor, y que el asesinato fue involuntario. Nadie mata con un abrecartas, a no ser que lo tenga a mano, o que acabara de abrir una carta.

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Novela negra y barata

diciembre 2nd, 2009 by alexand2

-Un asesinato, Javier- Lucas me mira impasible desde detrás de sus gafas de sol.

-¡¿Otro?!¿Qué ocurre aquí? ¡Esto parece una novela negra barata!-

-Eres detective, no sé qué esperas-.

-¿Dónde ha sido?-

-En la facultad de ciencias de la comunicación-

-¿La víctima?-

Se ríe.

-¿Qué te hace tanta gracia, Lucas?-

-El maníaco de ayer volvió a atacar-.

-¿Qué?- Me levanto estrepitosamente de la silla, -¿Ese hombre no estaba en manos de la policía, en cárcel preventiva?-

-Sí, pero se les escapó-

-Lo que digo, ¡novela negra y barata!-

-Tienes que ir y hablar con el decano de la facultad-

-Ok, ¿Su nombre?-

George Landow

-Es un as, ¿sabes?-

-¿Quién el maniático?-

-No, el decano. Ha sido profesor en Oxford, Yale, Brown, Brasenose, Columbia y Chicago, además de profesor visitante en la Universidad Nacional de Singapur-.

-Interesante- murmuro poco impresionado.

Llego a la facultad. Las clases se han suspendido debido a lo acaecido. Subo hasta el despacho del decano Landow y allí me encuentro a un numeroso grupo de gente: un hombre con una cámara profesional, tres hombres más que parecen docentes de la Universidad… e ¡Irene! La mujer que fue atacada el día anterior en la cafetería, la de los ojos dulces del color de la miel…

-Buenas tardes, ¿Detective Javier?- El canoso hombrecito que se me acera tiene un marcado acento anglosajón, -Yo soy el Sr. Landow, el decano de esta facultad-.

Le tiendo la mano y observo al resto de los personajes. Saludo efusivamente a la profesora Irene y le pregunto por su estado de ánimo.

-Muy bien, muchas gracias- me responde ella con una sonrisa de oreja a oreja.

-Por favor, explíquenme lo sucedido y luego asistiré al lugar del crimen-.

El decano me coge del hombro y me dirige hacia un asiento.

-Estamos muy conmocionados-, me dice.

-¿No se sabe quién ha cometido el acto?-

-No, ninguno de los profesores estaba en el despacho en ese momento-.

Miro a la profesora Chiralt, -venía a por usted, seguramente- a lo que ella responde con una sonrisa incómoda y leve. Debe estar conmocionada por lo ocurrido.

-Sabe, Mr. Javier- este hombre no sabe pronunciar las jotas,- esto es muy extraño me recuerda a una de esas ficciones que tanto adoro-.

Le miro un tanto extrañado, ¿de qué me habla este hombre? A lo que prosigue:

-Sabe, es como una novela negra barata, pero diferente, porque todavía no sabemos el final. ¡Es un hipertexto llevado a la vida real!- Se le alumbran los ojos con una chispa de locura. (Aunque debo decir que lo de novela negra barata ya lo había pensado yo antes)

-Me parece muy bien, señor decano, pero necesito que me relate lo ocurrido, sabe es…-

-Las relacione se han changed, ¿sabe? Cambiado. Somos los autores, los testigos y los editores de esta historia, ¡todo a la vez!-

-Sí, señor Landow, pero…-

Se levanta con las manos alzadas mirando a lo lejos, a lo infinito. El fotógrafo lo mira un tanto extrañado, los profesores parecen estar acostumbrados.

-¡Esta es la nueva dimensión! Los roles políticos cambiados, la historia no tiene una relación jerárquica, no es rígida. ¡Descubramos el final, porque esto puede tener muchos caminos que nos lleven a un final o que nunca nos lleven a uno!-

De maniático en maniático y tiro porque me toca. Voy a respirar profundamente, este hombre no está bien de la cabeza.

landow arreglado

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Y me observa placentero…

noviembre 29th, 2009 by ilochi

Con una resaca de tranquilizantes, tambaleante y asaltada por fantasmas anónimos de la tarde pasada, camino por el pasillo. A lo lejos, la puerta del despacho. La miro y la veo distinta, cambiada. Pero… no puede ser –ironizo-. ¿Es eso de ahí  lo que yo creo que es? “Profa. Irene L. Chiralt”. Veo en mi reflejo una sonrisilla de satisfacción. Dorada y reluciente, destaca de entre todo lo que en mi mirada se ha posado durante esta fría mañana de tardío invierno. En mi despacho -¡MI despacho! puedo gritar ya a los cuatro vientos- no tengo compañía. Resulta extraño sabiendo que somos cuatro los que ya oficialmente lo compartimos.

Mi silla, espera indiferente mi llegada frente a una mesa repleta de papeles, libros de texto de tapas desgastadas, vasos de café de máquina, bolígrafos sin tinta… Y en entre todo el desorden, una carta. Una sola. Mi curiosidad expectante. No guarda dirección en su reverso, ni sello por lo que veo. Curiosidad creciente. Para abrirla… un abrecartas, mas no tengo. Levanto la mirada. Quizás Fausto, profesor adjunto del departamento y un tanto descafeinado, sí tenga. Mis ojos inspeccionan instintivamente su escritorio, que pegado al mío resulta visualmente más despejado. De todos modos, tampoco es necesario, puedo abrirla sin tener que usar un abrecartas. Pero en ese instante, lo veo. Entre nosotros no acostumbramos a tomarnos cosas prestadas y menos sin permiso… sin embargo, tenerlo ahí, tan a la mano y con la curiosidad que la carta me ha despertado, lo hace irresistible.

La calefacción no funciona. Con la chaqueta puesta y los guantes de lana, mis movimientos resultan torpes, pero no cederé ante ello. Abro la carta. En su interior, una nota sin signar:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.

Y el verso cae al alma como al pasto el rocío”.

Un asalto que me ha dejado K.O. “Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido”. Frases infinitas, rescatadas de un tiempo pasado que vuelve para repetirse cual eco malsonante en mi cabeza. Pero el sonido chirriante de la puerta mi hace reaccionar. Dirijo la mirada rápidamente en busca de mi nuevo acompañante. La puerta se abre y tras ella aparece él. Alto, fornido y de apariencia aria. Ante su presencia, mi mente da un salto hacia atrás para devolverme de inmediato a mi pasado más presente. Tengo frente a mí  al agresor de la cafetería. Su mirada se me clava. A sus espaldas, la puerta queda cerrada, y mi ansiedad se intensifica por momentos. Acercándose lentamente a mi mesa, me sonríe. La respiración me ahoga, noto cómo si mis pulmones trabajaran inagotablemente sin obtener oxígeno en su labor. Y es que respiro, pero no hay aire a mí alrededor. Y es peor cuanto más cerca le sé. No despega su mirada de mis ojos. El silencio más absoluto es lo único que alcanzo a respirar. Parado frente a mí saca… ¡un cuchillo! Y en medio de mi tétrica parálisis, mi sistema nervioso se revela y mi cerebro me obliga a alzarme de la silla. De pie, parada frente a él, veo cómo me observa, cómo disfruta percibiéndome así. En silencio, me mira placentero.

Grito inconsolable, saliente de mi desgarrada garganta, que corta la quietud y retumba para no ser oído más que por el sigilo del lugar. Con un brusco movimiento, el peso de su cuerpo sobre el mío y su cuchillo amenazante aproximándose hacia mí. Forcejeo, resistencia… turbulentas nubes se ciernen en mis actos. Todo ocurre tan rápido después de eso, que por unos momentos, no alcanzo a comprender la magnitud de los hechos acaecidos ante mí.  Antes: desespero, rabia, inconsciente defensa; ahora: miedo, pasmo, su cuerpo desangrándose frente a mí. Y tiemblo, tiemblo exhorta mientras percibo mi personal desangre.

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Sorpresa

noviembre 29th, 2009 by amarge

Es viernes por la mañana, las 6:00 para ser exactos. Me asomo a la ventana y compruebo que la noche todavía cubre con su manto la silueta de un pueblo envuelto en tinieblas, tinieblas semejantes a los quehaceres de mi alma aturdida, perdida en la negrura de pensamientos oscuros, reflejados en noches de intenso llanto silenciado. Cada vez me siento más perturbada por lo acaecido, cada vez resuenan tambores demasiado escandalosos en mi cabeza. ¡Cómo quisiera haber tenido una vida normal!, pero me ha tocado vivir el mayor de los infiernos. Estoy a punto del mareo, me apoyo en el borde de la cama, vacía, sola, sumida en angustia. Esto no puede seguir así.
Después de mucho pensar, decido que iré a ver a un profesional, un psicólogo. Sin embargo, me doy cuenta de que no tengo dinero para pagar sus servicios y mi padre no puede enterarse de esto. Lo único que se me ocurre es coger el dinero sin que él se entere y devolverlo lo más pronto posible. Pero para ello, debo conseguir la combinación de su caja fuerte.
A las 8:00 escucho su despertador en la habitación de al lado. Tras él, la ducha y el desayuno. A continuación, entra en el despacho. Es mi momento. Desde la puerta me quedo mirando: él saca unos papeles del cajón del escritorio y los mete dentro de su maletín, mira por la ventana, al horizonte, se dirige a la caja y atina el número…entonces me alejo, creo que me he quedado con él.
Al salir del despacho, viene a mi habitación, me da un beso frío y callado, como todas las mañanas, y se va. Sigilosamente me acerco al despacho y pruebo la combinación. Efectivamente es la correcta. Pero he aquí mi sorpresa cuando descubro que no hay dinero allí dentro, sino una infinidad de papeles. Me puede la curiosidad y empiezo a revisarlos, parecen facturas y demás asuntos de la empresa que apenas logro entender, por lo que decido dejarlo, apesadumbrada por no haber conseguido mi objetivo. Pero cuando los vuelvo a meter en la caja, uno de ellos me llama la atención por su evidente antigüedad, el polvo recubre sus amarillentas esquinas y tiene pegada la fotografía de un bebé. Cojo el documento entre mis manos y leo en la parte superior: “Orfanato Santa María” y bajo la foto figura un año: “1989”. Mis ojos se quedan helados, cual piedra clavada en la tierra, no sé cómo reaccionar, no entiendo absolutamente nada de esto. Me guardo el papel y busco en Internet el nombre del orfanato, al parecer sigue existiendo, me apunto la dirección y me paso el camino pensando que cuando salga de clase iré allí directamente.
Pero su respuesta es clara: “no podemos facilitar los datos de este orfanato a cualquier persona, lo sentimos”. Entonces siento enfado, frustración…recuerdo la foto del parque, la agresión a Irene, este documento, la muerte de mi madre. Me siento tan debilitada que no soy capaz de seguir adelante, me siento en un banco cercano al orfanato y mientras lo miro, pienso lo que no quiero pensar: que soy adoptada.
Por la noche, necesito centrarme en algo que me aleje de todos esos pensamientos, por lo que empiezo mi trabajo de “teoría y práctica del hipertexto”:

Punto 1: hipertexto e hipermedia…

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